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Mensajes de Medjugorje conteniendo 'olvidéis'

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Queridos hijos, el Padre no os ha dejado a merced vuestra. Su amor es inmenso, amor que me conduce a vosotros para ayudaros a conocerlo, para que todos, por medio de mi Hijo, podáis llamarlo con todo el corazón, “Padre” y para que podáis ser un pueblo en la familia de Dios. Pero, hijos míos, no olvidéis que no estáis en este mundo sólo por vosotros mismos, y que yo no os llamo aquí sólo por vosotros. Aquellos que siguen a mi Hijo, piensan en el hermano en Cristo como en ellos mismos y no conocen el egoísmo. Por eso, yo deseo que vosotros seáis la luz de mi Hijo, que iluminéis el camino a todos aquellos que no han conocido al Padre ―a todos aquellos que deambulan en la tiniebla del pecado, de la desesperación, del dolor y de la soledad―, y que con vuestra vida les mostréis a ellos el amor de Dios. ¡Yo estoy con vosotros! Si abrís vuestros corazones os guiaré. Os invito de nuevo: ¡orad por vuestros pastores! ¡Os lo agradezco!

Queridos hijos, como Reina de la Paz deseo daros a vosotros, mis hijos, la paz, la verdadera paz que viene del Corazón de Mi Hijo Divino. Como Madre oro para que en vuestros corazones reine la sabiduría, la humildad y la bondad: que reine la paz, que reine Mi Hijo. Cuando Mi Hijo sea el soberano en vuestros corazones, podréis ayudar a los demás a conocerlo. Cuando la paz del cielo os conquiste, aquellos que la buscan en lugares equivocados, dando de esta manera dolor a Mi Corazón materno, la reconocerán. Hijos míos, grande será mi alegría cuando pueda ver que acogéis mis palabras y deseáis seguirme. No tengáis miedo, no estáis solos. Entregadme vuestras manos y yo os guiaré. No olvidéis a vuestros pastores. Orad para que sus pensamientos estén siempre con Mi Hijo, que los ha llamado para que lo testimonien. Os lo agradezco!

Queridos hijos, os invito a ser en el espíritu una sola cosa con mi Hijo. Os invito, a que, a través de la oración y de la Santa Misa, cuando mi Hijo se une de manera especial a vosotros, procuréis ser como Él: para que estéis siempre dispuestos como Él a cumplir la voluntad de Dios, y a no pedir que se realice la vuestra. Porque, hijos míos, por la voluntad de Dios sois y existís, pero sin la voluntad de Dios, no sois nada. Yo, como Madre, os pido que con vuestra vida habléis de la gloria de Dios, porque de esa forma también os glorificaréis a vosotros mismos, según su voluntad. Mostrad humildad con todos, y amor hacia el prójimo. Por medio de esa humildad y de ese amor, mi Hijo os ha salvado y os ha abierto el camino hacia el Padre Celestial. Os ruego que abráis el camino al Padre Celestial a todos aquellos que no le han conocido y no han abierto el corazón a su amor. Con vuestra vida abrid el camino a todos aquellos que todavía divagan en busca de la verdad. Hijos míos, sed mis apóstoles que no viven en vano. No olvidéis que vosotros iréis ante el Padre Celestial y le hablaréis de vosotros. ¡Estad preparados! Nuevamente os advierto: orad por aquellos a quienes mi Hijo ha llamado, ha bendecido sus manos y os los ha dado a vosotros. Orad, orad, orad por vuestros pastores. Os lo agradezco.

Queridos hijos, en este tiempo sin paz, yo os invito nuevamente a caminar con mi Hijo, a que le sigáis. Conozco vuestros dolores, sufrimientos y dificultades, pero en mi Hijo encontraréis descanso. En Él encontraréis la paz y la salvación. Hijos míos, no olvidéis que mi Hijo os ha redimido con su cruz y os ha dado la posibilidad de ser nuevamente hijos de Dios, para poder llamar de nuevo “Padre” al Padre Celestial. Amad y perdonad, para ser dignos del Padre, porque vuestro Padre es amor y perdón. Orad y ayunad, porque esa es la vía hacia vuestra purificación. Es el camino para conocer y comprender al Padre Celestial. Cuando conozcáis al Padre, comprenderéis que sólo le necesitáis a Él.” (Mirjana señaló a continuación, que la Virgen pronunció la frase siguiente con firmeza y énfasis): “Yo como Madre, quiero a mis hijos en la comunidad de un único pueblo, en el que se escucha y cumple la Palabra de Dios”. (Luego continuó): “Por tanto, hijos míos, comenzad a caminar con mi Hijo, sed uno con Él, sed hijos de Dios. Amad a vuestros pastores, como mi Hijo los amó, cuando los llamó para serviros a vosotros. ¡Os doy las gracias!

¡Queridos hijos! La razón por la que estoy entre vosotros, mi misión, es ayudaros a que venza el Bien, aunque a vosotros ahora eso no os parece posible. Sé que muchas cosas no las comprendéis, como tampoco yo comprendía todo, todo lo que mi Hijo me enseñaba mientras crecía junto a mí, pero yo creí en Él y lo seguí. Eso mismo os pido a vosotros, que creáis en mí y que me sigáis. Pero, hijos míos, seguirme a mí significa amar a mi Hijo por encima de todo, amarlo en cada ser humano, sin distinción. Para que podáis hacerlo, os invito nuevamente a la renuncia, a la oración y al ayuno. Os invito a que la vida de vuestra alma sea la Eucaristía. Os invito a ser mis apóstoles de luz, que en el mundo difundiréis el amor y la misericordia. Hijos míos, vuestra vida es solo un abrir y cerrar de ojos hacia la vida eterna. Y cuando vosotros lleguéis ante mi Hijo, Él verá en vuestros corazones cuánto amor habéis tenido. Para que podáis difundir de la mejor manera el amor, yo le pido a mi Hijo que, a través del amor, os conceda la unión por medio de Él, la unidad entre vosotros, la unidad entre vosotros y vuestros pastores. Mi Hijo siempre se da de nuevo por medio de ellos y renueva vuestra alma. Eso no lo olvidéis. ¡Os doy las gracias!

Hijos míos, mi Corazón materno desea vuestra sincera conversión y fe firme para que podáis transmitir el amor y la paz a todos aquellos que os rodean. Pero, hijos míos, no lo olvidéis: cada uno de vosotros es un mundo único ante el Padre Celestial; por eso, permitid que la obra incesante del Espíritu Santo actúe en vosotros. Sed, hijos míos, espiritualmente puros. En la espiritualidad está la belleza: todo lo que es espiritual está vivo y es muy hermoso. No olvidéis que en la Eucaristía, que es el corazón de la fe, mi Hijo está siempre con vosotros, viene a vosotros y parte el pan con vosotros porque, hijos míos, Él ha muerto por vosotros, ha resucitado y viene nuevamente. Estas palabras mías vosotros las conocéis porque son la verdad y la verdad no cambia; solo que muchos hijos míos la han olvidado. Hijos míos, mis palabras no son ni antiguas ni nuevas, son eternas. Por eso os invito, hijos míos, a mirar bien los signos de los tiempos, a recoger las cruces despedazadas y a ser apóstoles de la Revelación. ¡Os doy las gracias!

Queridos hijos, os doy las gracias porque respondéis a mis llamadas y porque os reunís en torno a mí, vuestra Madre Celestial. Sé que pensáis en mí con amor y esperanza, y yo también siento amor hacia todos vosotros, como también lo siente mi amadísimo Hijo que, en su amor misericordioso, siempre y de nuevo me envía a vosotros. Él, que se hizo hombre, que era y es Dios, Uno y Trino; Él, que por vuestra causa ha sufrido en el cuerpo y en el alma. Él, que se ha hecho Pan para nutrir vuestras almas, y así salvarlas. Hijos míos, os enseño cómo ser dignos de Su amor, a dirigir a Él vuestros pensamientos, a vivir a mi Hijo. Apóstoles de mi amor, os envuelvo con mi manto porque, como Madre, deseo protegeros. Os pido: orad por todo el mundo. Mi Corazón sufre, los pecados se multiplican, son muy numerosos. Pero con vuestra ayuda, que sois humildes, modestos, llenos de amor, ocultos y santos, mi Corazón triunfará. Amad a mi Hijo por encima de todo y a todo el mundo por medio de Él. No olvidéis nunca que cada hermano vuestro lleva en sí algo precioso: el alma. Por eso, hijos míos, amad a todos aquellos que no conocen a mi Hijo, para que, por medio de la oración y del amor que proviene de esta, puedan ser mejores; para que la bondad en ellos pueda vencer, para que las almas se salven y tengan vida eterna. Apóstoles míos, hijos míos, mi Hijo os ha dicho que os améis los unos a los otros. Que esto esté escrito en vuestros corazones y con la oración procurad vivir este amor. ¡Os doy las gracias!

Queridos hijos, como Madre yo os hablo con palabras simples, pero llenas de amor y de solicitud por mis hijos que, por medio de mi Hijo, me habéis sido confiados. Mi Hijo, que es del eterno presente, os habla con palabras de vida y siembra amor en los corazones abiertos. Por eso os pido, apóstoles de mi amor: tened corazones abiertos, siempre dispuestos a la misericordia y al perdón. Por mi Hijo, perdonad siempre al prójimo, porque así la paz estará en vosotros. Hijos míos, preocuparos por vuestra alma, porque es lo único que en realidad os pertenece. Os olvidáis de la importancia de la familia. La familia no debería ser lugar de sufrimiento y dolor, sino lugar de comprensión y ternura. Las familias que intentan vivir según mi Hijo viven en amor recíproco. Desde que mi Hijo era pequeño, me decía que para Él todos los hombres son sus hermanos. Por eso recordad, apóstoles de mi amor, que todos los hombres que encontráis, son familia para vosotros; hermanos según mi Hijo. Hijos míos, no perdáis el tiempo pensando en el futuro con preocupación. Que vuestra única preocupación sea, cómo vivir bien cada momento según mi Hijo: he ahí la paz. Hijos míos, no olvidéis nunca orar por vuestros pastores. Orad para que puedan acoger a todos los hombres como hijos suyos y sean para ellos padres espirituales según mi Hijo. ¡Os doy las gracias!

Queridos hijos, al miraros reunidos en torno a mí, vuestra Madre, veo muchas almas puras, a muchos hijos míos que buscan el amor y la consolación, pero que nadie os la ofrece. Veo también a aquellos que hacen el mal, porque no tienen buenos ejemplos, no han conocido a mi Hijo: ese bien que es silencioso y se difunde a través de las almas puras, es la fuerza que sostiene este mundo. Los pecados son muchos, pero también existe el amor. Mi Hijo me envía a vosotros, la Madre, la misma para todos, para que os enseñe a amar y comprendáis que sois hermanos. Él desea ayudaros. Apóstoles de mi amor, es suficiente un vivo deseo de fe y amor y mi Hijo lo aceptará; pero debéis ser dignos, tener buena voluntad y corazones abiertos. ¡Mi Hijo entra en los corazones abiertos! Yo, como Madre, deseo que lleguéis a conocer mejor a mi Hijo, Dios nacido de Dios, para que conozcáis la grandeza de Su amor, del que vosotros tenéis tanta necesidad. Él ha tomado sobre sí vuestros pecados, ha obtenido la redención para vosotros, y a cambio, os ha pedido que os améis los unos a los otros. Mi Hijo es amor, Él ama a todos los hombres sin distinción, a los hombres de todas las naciones y de todos los pueblos. Si vivierais, hijos míos, el amor de mi Hijo, Su Reino estaría ya en la Tierra. Por eso, apóstoles de mi amor, orad, orad para que mi Hijo y Su amor estén más cerca de vosotros, para poder ser ejemplo del amor y poder ayudar a todos aquellos que no han conocido a mi Hijo. Nunca olvidéis que mi Hijo, Uno y Trino, os ama. Orad y amad a vuestros pastores. ¡Os doy las gracias!

Queridos hijos, cuando en la Tierra llega a faltar el amor, cuando no se encuentra el camino de la salvación, yo, la Madre, vengo a ayudaros para que conozcáis la verdadera fe, viva y profunda; para ayudaros a que améis de verdad. Como Madre anhelo vuestro amor recíproco, vuestra bondad y vuestra pureza. Mi deseo es que seáis justos y os améis. Hijos míos, sed alegres en el espíritu, sed puros, sed niños. Mi Hijo decía que amaba estar entre los corazones puros, porque los corazones puros son siempre jóvenes y alegres. Mi Hijo os decía que perdonéis y os améis. Sé que esto no siempre es fácil: el sufrimiento hace que crezcáis en el espíritu. Para poder crecer cada vez más espiritualmente, debéis perdonar y amaros sincera y verdaderamente. Muchos hijos míos en la Tierra no conocen a mi Hijo, no lo aman; pero vosotros, que amáis a mi Hijo, vosotros que lo lleváis en el corazón, orad, orad y, orando, sentid a mi Hijo junto a vosotros, que vuestra alma respire su Espíritu. Yo estoy en medio de vosotros y os hablo de pequeñas y grandes cosas. No me cansaré nunca de hablaros de mi Hijo, amor verdadero. Por eso, hijos míos, abridme vuestros corazones, permitidme que os guíe maternalmente. Sed apóstoles del amor de mi Hijo y del mío. Como Madre os pido: no olvidéis a aquellos que mi Hijo ha llamado para guiaros. Llevadlos en el corazón y orad por ellos. Os doy las gracias.

Queridos hijos, mi Hijo, que es la luz del amor, todo lo que ha hecho y hace, lo hace por amor. Así también vosotros, hijos míos, cuando vivís en el amor y amáis a vuestro prójimo, hacéis la voluntad de mi Hijo. Apóstoles de mi amor, haceros pequeños. Abrid vuestros corazones puros a mi Hijo para que Él pueda actuar por medio vuestro. Con la ayuda de la fe, llenaos de amor, pero, hijos míos, no olvidéis que la Eucaristía es el corazón de la fe: es mi Hijo que os nutre con su Cuerpo y os fortalece con su Sangre. Este es el milagro del amor: mi Hijo, quien siempre y nuevamente viene vivo para dar vida a las almas. Hijos míos, al vivir en el amor hacéis la voluntad de mi Hijo y Él vive en vosotros. Hijos míos, mi deseo materno es que lo améis cada vez más, porque Él os llama con su amor, os da amor para que lo difundáis a todos alrededor vuestro. Como Madre, por medio de Su amor, estoy con vosotros para deciros palabras de amor y de esperanza, para deciros palabras eternas y victoriosas sobre el tiempo y sobre la muerte, para invitaros a ser mis apóstoles del amor. ¡Os doy las gracias!

Queridos hijos, con amor maternal os invito a abrir los corazones a la paz, a abrir los corazones a mi Hijo, a que en vuestros corazones cante el amor hacia mi Hijo, porque es solo de ese amor que llega la paz al alma. Hijos míos, sé que tenéis bondad, sé que tenéis amor, un amor misericordioso. Pero muchos hijos míos tienen aún los corazones cerrados; piensan que pueden actuar sin dirigir sus pensamientos hacia el Padre Celestial que ilumina, y hacia mi Hijo, que siempre está nuevamente con vosotros en la Eucaristía y desea escucharos. Hijos míos, ¿por qué no le habláis? La vida de cada uno de vosotros es importante y preciosa, porque es un don del Padre Celestial para la eternidad; por eso, no os olvidéis nunca de darle gracias: ¡habladle! Sé, hijos míos, que para vosotros todavía es desconocido lo que vendrá después, pero cuando os llegue vuestro después, recibiréis todas las respuestas. Mi amor maternal desea que estéis preparados. Hijos míos, poned con vuestra vida sentimientos buenos en el corazón de las personas que encentráis: sentimientos de paz, de bondad, de amor y de perdón. A través de la oración, escuchad lo que os dice mi Hijo y actuad en consecuencia. Os invito nuevamente a orar por vuestros pastores, por aquellos que mi Hijo ha llamado. Recordad que tienen necesidad de oraciones y de amor. Os doy las gracias.

Queridos hijos, mi Corazón materno sufre mientras miro a mis hijos que no aman la verdad y que la esconden, mientras miro a mis hijos que no oran con los sentimientos y con las obras. Estoy triste mientras hablo a mi Hijo de tantos hijos míos que ya no tienen fe y que no le conocen a Él, mi Hijo. Por eso os invito a vosotros, apóstoles de mi amor: tratad de mirar hasta lo profundo del corazón humano y allí encontraréis con seguridad aquel pequeño tesoro escondido. Mirar de esta manera es la misericordia del Padre Celestial. Buscad el bien también donde domina el mal, tratad de comprenderos los unos a los otros y no juzgaros. Esto es lo que mi Hijo os pide y yo, como Madre, os invito a escucharlo. Hijos míos, el espíritu es más potente que el cuerpo y sostenido con el amor y con las obras supera todos los obstáculos. No lo olvidéis: mi Hijo os ha amado y os ama. Su amor está con vosotros y en vosotros cuando sois una cosa con Él. Él es la luz del mundo y ninguno y nada logrará detenerlo en la gloria final. Por eso, apóstoles de mi amor, no tengáis miedo de testimoniar la verdad. Testimoniadla con entusiasmo, con las obras, con amor, con vuestro sacrificio y sobre todo con humildad. Testimoniad la verdad a todos aquellos que no han conocido a mi Hijo. Yo estaré a vuestro lado, yo os fortaleceré. Testimoniad el amor que no pasa nunca, porque proviene del Padre Celestial que es eterno y que ofrece la eternidad a todos mis hijos. El Espíritu de mi Hijo estará a vuestro lado. Nuevamente os invito, hijos míos, a orar por vuestros pastores. Orad para que puedan ser guiados por el amor de mi Hijo. Os doy las gracias.

Queridos hijos, lamentablemente entre vosotros, hijos míos, hay mucha lucha, odio, intereses personales y egoísmo. Hijos míos, ¡cuán fácilmente olvidáis a mi Hijo, sus palabras, su amor! La fe se extingue en muchas almas y los corazones están siendo atrapados por las cosas materiales del mundo. Pero mi Corazón maternal sabe que aún hay quienes creen y aman, que intentan acercarse lo más posible a mi Hijo, que incansablemente buscan a mi Hijo y, de esta manera, me buscan a mí. Son los humildes y los mansos que sobre llevan sus dolores y sufrimientos en silencio, con sus esperanzas y sobre todo con su fe. Son los apóstoles de mi amor. Hijos míos, apóstoles de mi amor, os enseño que mi Hijo no solo pide oraciones continuas, sino también obras y sentimientos; pide que creáis, que oréis, que con vuestras oraciones personales crezcáis en la fe, crezcáis en el amor. Amarse unos a otros es lo que Él pide: este es el camino a la vida eterna. Hijos míos, no olvidéis que mi Hijo trajo la luz a este mundo y la trajo a quienes quisieron verla y recibirla. Sed vosotros de esos; porque es la luz de la verdad, de la paz y del amor. Os conduzco maternalmente a adorar a mi Hijo, a amar conmigo a mi Hijo; a que vuestros pensamientos, palabras y obras se orienten hacia Mi Hijo y que estos sean en Su nombre. Solo entonces mi Corazón estará colmado. ¡Os doy las gracias!

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