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Eco de Maria Reina de la Paz 196 (Noviembre-Diciembre 2007)

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Mensaje del 25 de Septiembre de 2007
“¡Queridos hijos! También hoy os invi-
to a todos a que vuestros corazones ardan
con el mayor ardor posible hacia el
Crucificado y no olvidéis que por amor a
vosotros dio su vida para que os salvarais.
Hijitos, med itad y orad para que vuestro
corazón se abra al amor de Dios. ¡Gracias
por haber respondido a mi llamada!”
Corazones ardientes de
amor por el Crucificado
“Puesto está para caída y levantamiento
de muchos en Israel y para signo de contra-
dicción; y una espada atravesará tu alma
para que se descubran los pensamientos de
muchos corazones
(Lc 2, 34-35). Desde el
momento de la presentación de Jesús en el
Templo, las palabras que Simeón dirige a
María siguen marcando, día tras día, la histo-
ria de cada hombre y así será hasta que Dios
sea todo en todas las cosas
(cfr 1 Cor 15, 28).
Todo razonamiento pierde consistencia
ante el Crucificado, toda lógica humana
vacila, se derriban los castillos de papel
construidos con tanto empeño y fatiga;
nuestros pensamientos muestran todas sus
limitaciones. Y Yo, cuando sea levantado de
la tierra, atraeré a todos hacia mí,
dice
Jesús (Jn 12, 32). Bastaría bien poco para
dejarse sumergir por el Amor, para dejarse
atraer hasta desaparecer en ese Corazón
abierto; bastaría decir solo un como el que
pronunció María, y en cambio, ¡cuánta es la
resistencia, cuántas las tergiversaciones, los
cambios de opinión, cuántas dificultades
levantamos entre Dios y nosotros, entre
nuestro culto y el Amor!
Quizás el Crucificado nos conmueve
todavía, pero es una emoción ocasional, o
archivada en determinados tiempos litúrgi-
cos, aplastada por mil ocupaciones, sumergi-
da por nuestras obligaciones sociales, fami-
liares, y hasta religiosas. A lo mejor el
Crucificado tiene aún un pequeño espacio en
nuestra vida, pero ¿sabemos reconocerLe
cuando la cruz sobre la que Cristo yace no es
la tradicional, o cuando descarga su peso
sobre nuestra espalda? Os invito a todos a
que vuestros corazones ardan con el amor
más intenso posible hacia el Crucificado,
nos exhorta María, y es una exhortación
fuerte, una invitación a quemarnos de amor,
del mismo Amor de Jesús, del mismo Amor
que es Jesús. De otro modo, no dejaría de ser,
una vez más, una pequeña limosna, un óbolo
que dejaría todo como antes, o peor que
antes, porque gratifica y así adormece la
conciencia. Jesús Crucificado es signo de
contradicción
para todos; para nosotros cris-
tianos, para los no cristianos, para los creyen-
tes, para los no creyentes. Se puede permane-
cer indiferente o conmovido, hostil o admira-
do, pero hasta que no nos llegue la conver-
sión, las diferencias no son significativas.
Es inútil la muerte de un Dios que arranca
sólo alguna lágrima y deja todo como antes.
Si bien, Dios tiene paciencia con vosotros,
porque no quiere que nadie se pierda, sino
que todos se conviertan.
(cfr 2 Pe 3, 9).
Si creemos en Su Amor, esta conversión
debería de nacer espontánea y sinceramente,
según nos exhorta María: no olvidéis que
por amor a vosotros dio su vida para que
os salvarais. Hijitos, meditad y orad para
que vuestro corazón se abra al amor de
Dios.
Testigos de una realidad inimaginable,
Dios que se hace hombre y carga con el
pecado del mundo y se somete a una muerte
infame por amor a nosotros, ¿cómo pode-
mos permanecer cerrados a tanto Amor?
Abramos nuestros corazones con confianza,
el Padre nos espera, está preparado para fes-
tejarlo con y por nosotros, preparado para
integrarnos de nuevo en la dignidad de hijos
Suyos, por nosotros desaprovechada.
Tú, que piensas de haberlo desaprovechado
todo, tú que te consideras indigno de perdón,
tú que estas dispuesto a dar tu vida para
sembrar la muerte, corre al encuentro del
Padre, ofréceLe lo que eres y te hallarás
transfigurado en Cristo Jesús. Tú que siem-
pre serviste al Padre, que estás en Su casa,
detente ante el Crucificado con el corazón
abierto, con el corazón renovado, no pienses
que lo sabes todo, ten todavía y siempre sed,
como Él, hasta que estés en Él y Él en ti,
hasta que la Suya y la tuya sean una sola sed
que el Padre acoge y sacia definitivamente.
Nuccio Quattrocchi
Mensaje del 25 de octubre de 2007
“¡Queridos hijos, Dios me ha enviado
entre vosotros por amor, para conduciros
por el camino de la salvación. Muchos
habéis abierto vuestros corazones y
habéis aceptado mis mensajes, pero
muchos os habéis extraviado en este cami-
no y nunca habéis conocido, con todo el
corazón, al Dios del amor. Por eso os invi-
to: sed amor y luz donde hay tinieblas y
pecado. Estoy con vosotros y os bendigo a
todos. ¡Gracias por haber respondido a
mi llamada!”
¡Sed luz donde hay tiniebla!
María, Dios se ha hecho hombre, ha
venido al hombre. En Ella queda anulada la
infinita distancia entre Dios y el hombre pro-
vocada por el pecado original. Ahora Dios
puede habitar en el hombre, ahora el hombre
puede ser habitado por Dios; ahora la comu-
nión entre Dios y el hombre puede ser pro-
funda, real, concreta, hasta tal punto de per-
mitir al Apóstol decir ya no vivo yo, es Cristo
quien vive en mí.
(Gál 2,20). María es el
lugar privilegiado del encuentro entre Dios y
el hombre, y es en Ella donde mejor pode-
mos encontrar a Dios, tal y como sostuvieron
durante siglos los grandes santos y como la
Iglesia Católica ha enseñado siempre. Dios
me ha enviado a vosotros por amor para
conduciros por el camino de la salvación.
Estas palabras suyas definen el papel que
Dios le ha asignado en su plan de salvación.
Desde que pronunció su Fiat, ante el arcán-
gel Gabriel, María se convierte en Lugar pri-
vilegiado del encuentro entre el Creador y la
criatura humana, Madre del hombre que
aplasta la cabeza de satanás (cfr Gen 3, 15).
Arca de salvación universal. En Ella el
hombre no halla sólo la dignidad perdida
sino que adquiere una nueva: ahora él es hijo
de Dios, ahora puede llamarle Padre y ser
por Él abrazado como verdadero hijo único
en su Hijo Unigénito, Cristo Jesús.
¿Por qué sorprenderse de las apariciones
de Maria y de su intensidad? ¿No es natural
que se intensifique su Obra en función del
acercamiento del retorno de Cristo? Es el
Amor de Dios el que nos salva. ¿No es aca-
so María expresión pura de ese Amor? Ella,
que generando a Dios en el hombre ha dado
una contribución decisiva para la salvación
de la humanidad, todavía es utilizada por
Dios para conducirnos por el camino de la
salvación;
todavía, y por siempre, su Fiat al
Amor de Dios abre a la salvación. Pero aun
siendo poderosa su intervención, su interce-
sión, es nuestra voluntad la que tiene el tre-
mendo poder de rechazar el Amor del Padre
que Ella nos ofrece en Jesús. Muchos de
vosotros habéis abierto el corazón y
habéis aceptado mis mensajes, pero
muchos se han extraviado en este camino
y nunca han conocido, con todo el cora-
zón, al Dios del Amor.
“En el Dios que se hace
hombre para nosotros,
nos sentimos todos amados
y acogidos, descubrimos
que somos preciosos y únicos a
los ojos del Creador”.
Benedicto XVI
Noviembre- diciembre 2007
- Editado: por Eco di Maria, C.P.
47 - 31037 LORIA (TV)
(Italia) - Tel / fax 0423. 470331
A. 23, N° 11-12; Esd.a.p. art.2,com.20/c, leg.662/96 filiale di MN-Autor.tribun.MN: 8.11.86, ccp 14124226
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FÁTIMA:
noventa años de gracia
Hace justo noventa años en Fátima la
Virgen María aparecía a los tres famosos
pastorcillos y les entregaba revelaciones
importantísimas para la humanidad del últi-
mo siglo. Conocemos bien la historia de
estos eventos, una historia que parece no
haber concluido todavía, porque en aquella
ocasión la Virgen confió unas tareas que en
parte han sido realizadas, otras en cambio
tienen aún que cumplirse (en Medjugorje la
Santa Virgen ha dicho: deseo concluir aquí
lo que he iniciado en Fátima
).
Este año las celebraciones han seguido
una tras otra “in crescendo” hasta el 14 de
octubre, día en el que la Misa conclusiva pre-
sidida por el Card. Tarcisio Bertone,
Secretario de Estado, recordó la última de las
siete apariciones: “Conversión, cambio de
vida, abandono del pecado, reparación para
el hermano que ha ofendido a Dios: esto es
Fátima”, recordó en su homilía a los miles de
peregrinos, que la nueva iglesia con sus nue-
ve mil asientos no puede contener; muchos
de hecho siguieron la celebración a través de
las grandes pantallas colocadas en el exterior.
Al finalizar se pudo seguir en directo el
Angelus del Santo Padre transmitido desde
Roma: “En Fátima, desde hace noventa años,
siguen resonando las llamadas de la Virgen
Madre que llama a sus hijos a vivir la propia
consagración bautismal en cada momento de
su existencia” señaló Benedicto XVI. “Todo
se hace posible y mas fácil, viviendo ese
ofrecimiento a María hecho por Jesús mismo
en la Cruz, cuando dijo:”Mujer, este es tu
hijo! Ella es un refugio y un camino que con-
duce a Dios” subrayó el Pontífice y al final
invitó a todos los fieles “a renovar personal-
mente la propia consagración al Inmaculado
Corazón de María”.
Como es sabido, en Fátima la Virgen se
presentó como la Virgen del Rosario, reco-
mendando con insistencia rezar el Rosario
todos los días,
para que finalizara la guerra.
Por ello el Papa en el Ángelus del 7 de octu-
bre (fiesta de la Virgen del Rosario) invitó a
todos a rezar esta oración para la paz en las
familias y en el mundo entero. “Es la tarea
que la Virgen nos ha encomendado también
en otras de sus apariciones”- explicó - “el
Rosario es un medio donado por la Virgen
para contemplar a Jesús, meditando su vida,
y para amarle y seguirle siempre con mayor
fidelidad”, concluyó el Papa.
Redacción
Nos viene al recuerdo en seguida la parábo-
la del sembrador (cfr Mc 4, 1-20); la historia
se repite y no basta empezar bien, comenzar
con entusiasmo. No basta con abrir los
corazones;
hace falta mantenerlos abiertos,
es más, abrirlos cada vez más, hasta desga-
rrarlos de amor, o mejor hasta dejarse desga-
rrar por el Amor de Jesús. No basta con
aceptar los mensajes de María; debemos
vivirlos, aplicarlos, dejarnos transformar por
ellos. No es tarea fácil ni inmediata, conlle-
va fatiga, abnegación y humildad. Es nece-
saria la frecuencia sacramental, en especial
la Confesión y la Eucaristía.
Hace falta abandonarse incondicional-
mente a la Voluntad de Dios. Ser amor y luz
donde hay tiniebla y pecado
requiere una
vida de santidad, dejarse vivir por el Espíritu
divino en cada ocasión, en cada circunstan-
cia, hasta el punto de poder decir como San
Pablo: he sido crucificado con Cristo y ya
no soy yo quien vivo sino que es Cristo el
que vive en mi
(loc. citada). Así conocere-
mos con todo el corazón al Dios del amor
y la plenitud de su Amor se derramará sobre
quien deambula en la tiniebla y Su Luz
disolverá toda seducción, aplastará cada
pensamiento pecaminoso, eliminará todo
miedo a Dios, cualquier desconfianza, reu-
nirá a la criatura con su Creador y el Hijo del
hombre, cuando venga, hallará fe en la tie-
rra
(cfr. Lc 18, 8).
N.Q.
Me encontraba allí...
Sólo el nombre de Fátima nos recuerda
un lugar para la mayoría muy lejano, pero
que está seguramente en el centro de
muchos corazones porque cuando se habla
de la Blanca Señora de Fátima se piensa
enseguida en el Corazón Inmaculado de
María, en el corazón de la Madre.
Para mí, personalmente, este año ha sido
una ocasión grande de gracia porque, justo
en el 90º aniversario de las apariciones en
esa tierra bendita, he celebrado el 25º ani-
versario de mi ordenación sacerdotal y estoy
seguro de que la Reina del cielo seguirá ben-
diciéndome y protegiéndome desde el cielo.
Estar en Fátima un 13 de octubre, ani-
versario de la sexta aparición de la Virgen a
los tres Pastorcillos, Lucía, Jacinta y
Francisco, significa entrar en un remolino
de luz que recuerda el milagro del sol del 13
de octubre de 1917, remolino que eleva el
alma a Dios y le hace estar atento a las nece-
sidades de todos los hombres.
¿Qué es lo que más me ha impresiona-
do en mis días de peregrinación en Fátima?
¿Qué es lo que ha grabado mi corazón con-
templando ese rostro dulcísimo y al mismo
tiempo triste de la siempre Virgen Santa
María? Quisiera poseer el lenguaje de los
ángeles, o el estilo de San Bernardo para des-
cribiros mis impresiones, pero no puede ser.
Entonces hablaré solo con el corazón de un
enamorado y de uno que se siente inmensa-
mente amado por la Virgen. Lo que impresio-
na de Fátima es, antes que nada, el estilo sim-
ple y sobrio de cada cosa: de los protagonis-
tas, de los mensajes, de la imagen de la Virgen
y hasta del ambiente. Todo es sobriedad en un
clima de penitencia y de reparación. El
Evangelio de la Misa de Nuestra Señora de
Fátima que explica la crucifixión de Jesús,
concluye con la frase: “...y el discípulo la lle-
vó consigo”.
Es esta la fascinación de esta
experiencia: encontrar a Jesús que todavía nos
ofrece a su Madre, aún nos confía a la más
tierna de todas las madres de la tierra. A
menudo se dice que se llega a Cristo a través
de María, y es muy cierto, pero en este lugar
bendito, Él, el Primogénito, aún nos ofrece un
gran don: el don de un corazón inmaculado
que vive, se preocupa e intercede por noso-
tros.
Hablaba de la sobriedad de los prota-
gonistas. Sientes todavía los pasos ligeros y
veloces de los tres Pastorcillos que atraídos
y fascinados por la “Señora más resplande-
ciente que el sol” tratan de satisfacer el
maternal deseo de oración y de reparación
de todas las maneras, desde la más simple,
como renunciar a beber o darle la merienda
a un pobre, hasta la manera más heroica y
dolorosa como la de saber aceptar la muerte
en edad tierna, en los sufrimientos, con tal
de consolar y reparar las ofensas hechas a
Jesús y al Corazón Inmaculado de María.
Impresiona la esencialidad de los
mensajes y la determinación e incisividad
de las imágenes, como la visión del infierno
y la visión del sacrificio hasta la muerte de
muchos fieles sacerdotes y hasta la del
Pontífice. Todo está iluminado por una luz
de discreción y de respeto.
El centro de todo es la invitación a
amar y honrar al Corazón Inmaculado de
María
y sólo por amor, reparar las numero-
sas ofensas que se le dirigen con el pecado.
Todo esto lo percibes en vivo y muy real,
vivido por los devotos que recorren la enor-
me plaza de rodillas y por el silencio, diría
sagrado, que se advierte en torno a la Capilla
de las apariciones. Es la milagrosa Imagen
de Nuestra Señora. En esa actitud humilde,
triste y al mismo tiempo maternal que
secuestra el corazón. Permanece en un trono
de reina, así se advierte su presencia, como
atenta y tierna Madre de la humanidad.
¿Qué es lo que tienes, oh Madre, que nos
atrae tanto hacia ti? ¿Qué es lo que nos das
para volver a casa tan llenos de paz? ¿Que es
lo que nos une dulcemente a ti?
Seguramente la cadena del Rosario, medio
simple para los sencillos, como dijo Pablo
VI, que nos ata a Dios. Sí, este es el gran y
verdadero secreto de Fátima:
estar unidos
a la Trinidad Santísima, con firmeza, por
medio del Corazón Inmaculado de una
Madre que sólo quiere el bien, el verdadero
bien para todos nosotros sus hijos.
P. Ludovico Maria Centra
480 beatos para España
La beatificación más numerosa de la
historia tuvo lugar el pasado 28 de octubre,
día en el que la Iglesia elevó a la gloria de
los altares a casi 500 mártires de la persecu-
ción religiosa que tuvo lugar en España en
los años treinta del siglo pasado. “No habían
estado nunca beatificados tantos siervos de
Dios en una única ceremonia” explicó el
portavoz de la Conferencia Episcopal. La
ceremonia y la fiesta son grandes porque
grande es la página de la historia de la
Iglesia en España que se refleja en ellas”.
La persecución religiosa de los años trein-
ta de 1900 tiene características propias en
España, pero no es un caso aislado ni original
español. Se inserta en la gran persecución que
sufrieron los cristianos de todas las confesio-
nes a lo largo del siglo XX en el mundo y, en
particular, en Europa. “La Iglesia no busca
culpables cuando beatifica a sus mártires.
Busca sólo la gloria de Dios y el bien de los
hombres. Busca promover la causa de
Jesucristo, que es la causa del ser humano”.
La persecución religiosa de los años
1934 y 1936-39 fue el aspecto más negativo
de la Segunda República Española. Una
página oscura de la historia que se ha queri-
do ocultar mezclándola, confundiéndola o
justificándola con la Guerra Civil, cuando
en realidad comenzó dos años antes.
“Los mártires no estaban en guerra con
nadie y murieron dando testimonio de amor
y perdón ante los que les privaban de la vida
por el mero hecho de ser católicos”, afirmó
monseñor López, obispo de Salamanca.
Beatificándolos, “la Iglesia no quiere acusar
a nadie, sino presentarlos a los creyentes de
hoy como modelos de fidelidad y a la socie-
dad española actual como una invitación a la
reconciliación y a la paz a través del amor y
el perdón sin límites”.
(de Zenit)
2
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Seguimos con la reflexión sobre las leta-
nías a la Virgen Madre. En el número ante-
rior imaginaba las letanías como un gran jar-
dín en el que cada invocación o título repre-
sentan las variadas “flores” que hacen resal-
tar la belleza de María. Esta vez mi mirada
se posa sobre tres invocaciones que se hallan
en el centro de la larga lista de las letanías.
He saltado las otras, no porque no sean
bellas o densas en su significado, sino sólo
por ser más comunes y comprensibles.
Pero antes de intentar interpretarlas, es
oportuno dar una pequeña explicación para
poder comenzar de la mejor manera y así
degustar mejor este “néctar espiritual”.
Comienzan con una serie de invocaciones
que se expresan en imágenes y símbolos que
ilustran virtudes y prerrogativas de la Madre
de Dios. Me gusta distinguir entre imágenes
y símbolos. Imagen es una representación
sensible que recuerda algo. El símbolo es una
señal formada por objetos que por su natura-
leza evocan esas realidades que no pueden
ser definidas de modo satisfactorio con tér-
minos abstractos. Lamentablemente noso-
tros, los modernos de hoy, hemos perdido el
sentido incluido en la imagen y en el símbo-
lo. No fue así para la cultura de donde nació
el Evangelio y en general para los antiguos
pueblos. Jesús mismo recurre a las imágenes,
si bien prefería las parábolas, que es una
comparación sacada de la vida cotidiana.
Las imágenes de las Letanías se obtienen
del Antiguo Testamento y son doblemente
significativas, o sea tienen el significado
mismo de la imagen y aquel derivado del
uso o de los elementos conexos a la Sagrada
Escritura. Es por tanto fundamental para una
correcta comprensión examinarlas en sí mis-
mas y en la historia bíblica. Se debe resaltar
que las imágenes y los símbolos de las leta-
nías van acompañados de un atributo bíblico
espiritual con significado muy denso.
ESPEJO DE JUSTICIA
Me viene al recuerdo, cuando se habla de
“espejo”, el efecto que este provocaba sobre
las imágenes de los habitantes del nuevo
mundo (Las Américas). Los indígenas queda-
ron talmente fascinados de poderse ver refle-
jados en el espejo que para los conquistadores
fue realmente un juego aprovecharse de ellos
y de sus riquezas a cambio de darles un espe-
jo. Es verdad, el hombre no se resiste del
poderse ver una y otra vez, muchas veces
para vanagloriarse, y el espejo es un excelen-
te instrumento (cfr. la madrastra de
Blancanieves). Pero el espejo es también un
instrumento que muestra la verdad que no
siempre es encantadora porque te muestra
realmente como eres. María, la toda bella, no
podía hallar en sí ninguna fealdad. Meditando
en su corazón, y por tanto mirándose dentro,
estallaba en alabanzas reconociendo la fuente
de su belleza. Sí, María es espejo porque tam-
bién refleja la imagen bella de Dios y de
cómo Dios quería que fuese el Hombre.
SEDE DE LA SABIDURÍA
“Sede” en sentido de trono, cátedra,
silla, o escaño. Cuando se usan estos térmi-
nos se les relaciona siempre a un lugar y a un
objeto de material preciado, incluso muy
valioso y artístico. María es presentada
El más pequeño
Con su nacimiento se hizo pequeño para nosotros: toda su vida fue un hacerse pequeño
para nosotros. Para hacerse pequeño aprovechó cada ocasión, según un plan de amor. Para
venir a la tierra, Jesús nació de mujer y así se hizo llamar humildemente hijo del hombre,
aun siendo hijo de Dios. Para nacer pobre en un establo utilizó una posada totalmente ocu-
pada. Para ser anunciado a los hombres se sirvió de los pastores, personas entonces poco
consideradas por la gente. Para conducir su vida terrena eligió la familia del carpintero, pro-
fesión humilde en aquel entonces. Durante su vida no se construyó una casa, por lo que
pudo decir que los zorros tenían su madriguera y los pájaros nido donde anidar pero el Hijo
del hombre no tenía donde recostar su cabeza.
No acumuló tesoros en la tierra sino sólo en
el cielo donde los ladrones no roban, como sugería hacer a sus discípulos.
En su vida siempre sintió predilección por las cosas humildes y pequeñas. Incluso cuan-
do le preguntan quién es el más grande en el cielo, llama para sí a un niño y dice que si no
nos hacemos como ellos no podremos entrar en el cielo, dando a entender que sólo así pue-
de uno asemejarse a Él, que se ha hecho pequeño.
Un día, tal vez porque vio a personas fatigadas y oprimidas en torno a él, dijo:
“Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras
almas” (Mt 11,28) Sabemos que mansedumbre y humildad son cualidades del pequeño y
del pobre, como Él. Resumiendo, en toda su vida Jesús manifestó haberse hecho pequeño y
pobre, y esto sólo para nosotros: “De rico que era se ha hecho pobre por nosotros, para enri-
quecernos a través de su pobreza” dice San Pablo (2 Cor 9,23).
Jesús se hizo el más pequeño y pobre de todos, para que nadie pueda sentirse más peque-
ño y pobre que Él. Solo así todos pueden enriquecerse con Él. Por esto Jesús es el primer
“pobre” al que debemos servir. Por esto en cada persona, especialmente la necesitada mate-
rial o espiritualmente, debemos verle a Él. Tal vez solo así podremos dar mucho al prójimo,
como decía la madre Teresa de Calcuta: “Muy poco damos a los demás, si no les damos a
Dios”. De hecho, solo viendo a Jesús en el prójimo, podremos darlo también nosotros a los
demás. Este niño que nace en un establo es sólo un ejemplo de quien es nuestro Salvador,
es sólo un anticipo del amor que Jesús nos mostrará toda la vida, para siempre. Pidamos
pues a María que nos haga cada vez más semejantes a Jesús para ser capaces de donarLo a
los demás. Tal vez el niño que nace nos pide esto.
El abrigo
Me pregunto: ¿Qué es este “viento gélido” que golpea el alma de quien busca al Señor?
Es algo que se percibe, que no se puede ocultar. ¡Es evidente! Es “viento” que expresa una
realidad contraria, que quiere helar el espíritu. Abriguémonos, pues, para no morir de frío.
Sí, porque no es un viento ligero y templado, sino impetuoso y glacial, que no da tregua.
Abriguémonos como mejor podamos, para poder sobrevivir. Es impensable permanecer con
vestiduras ligeras, o con camisetas. La oración es lo que nos protege, es nuestro abrigo, la
que nos permite de no sucumbir. Tal vez por ello María nos invita siempre a la oración.
El rosario es un abrigo muy caliente, al alcance de todos, y que el frío no puede atrave-
sar. No infravaloremos la fuerza de este viento. Recurramos a quien lo puede anular. Gracias
María, porque eres la casa de oro en la que el viento helador no puede entrar. Gracias María,
porque en esta casa nos hospedas a todos. Gracias Jesús, porque nos has enseñado a rezar.
Gracias Jesús, porque eres nuestra Oración, defensa del “viento glacial”.
L
AS
L
ETANIAS
...
P. Ludovico Maria Centra
P
ENSAMIENTOS
S
ENCILLOS
de Pietro Squassabia
como sede de sabiduría y esto se puede
entender de dos maneras: aquella que “aco-
ge” a la sabiduría o que posee la sabiduría.
En las Escrituras la sabiduría es una vir-
tud que enlaza el actuar y el pensar del hom-
bre con Dios mismo. No es como el hombre
de hoy que basa su fuerza en las ciencias
humanas (historia, psicología, pedagogía, y
sociología). La verdadera sabiduría para el
creyente es mirar a Dios y meditar en su pro-
pio corazón para poderle imitar. Habiendo
dado vida al Hijo de Dios, María pasa a ser
“sede” porque en Ella el Verbo se ha encar-
nado, pero también es sede por hacerse dis-
cípula del Hijo, adquiriendo así esa sabiduría
propia del cristiano que es el deseo de vivir
en función de la Voluntad divina. Imitemos a
la Virgen escuchando, meditando y viviendo
la Palabra eterna que hace sabio a nuestro
corazón en los caminos de la vida.
CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA
Cada vez que oigo decir que María es
“causa” me vienen a la mente reflexiones
filosóficas, si no, este término se queda muy
genérico haciendo perder su belleza y rique-
za a esta invocación. Podríamos traducirlos
con el término “fuente” dándole a este térmi-
no toda su fuerza, tanto poética como simbó-
lica, con la que esta cargado. En el Antiguo
Testamento la fuente indica siempre un lugar
donde se manifiesta un don (el agua) indis-
pensable para el hombre y el lugar donde los
hombres se encuentran. No por nada, en la
tradición oriental la Anunciación a la Virgen
parece que tuvo lugar junto a la fuente, jus-
tamente llamada, de la Virgen. La fuente es
la revelación de algo que si bien esta ahí, no
se hace toda visible. El agua que brota de la
fuente no nace allí, y viene de muy lejos,
pero la fuente es el lugar donde se muestra.
María es el “lugar” donde el gozo de estar
llenos de Dios se manifiesta de manera clara
y abundante.
El gozo no es una característica secunda-
ria en la experiencia cristiana y tampoco es
un esconder la dificultad de vivir, sino que es
una realidad capaz de decir que a pesar del
mal y de la maldad que el hombre y su peor
enemigo, satanás, generan, Dios es gozo, o
sea satisfacción y bienestar infinitos. Dando
a luz al hijo de Dios, María se ha convertido
en la fuente que ha mostrado al mundo el
“misterio guardado durante siglos” y éste no
puede sino llenar nuestro corazón y hacerlo
exultar de gozo infinito
3
Eco 196
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Una vida
en forma
de cruz
de Stefania Consoli
Muchedumbre en la plaza. Todos se api-
ñan para ver una escena que tiene bastante
de locura. Un joven, conocido en la ciudad
por ser hijo de un rico mercader y animador
de la vida mundana de la mejor juventud, se
desnuda y deposita sus elegantes vestiduras
en las manos de su padre, atónito y confun-
dido por el gesto tan insólito como teatral:
“Hasta ahora te he llamado a ti, padre mío
en la tierra; a partir de ahora puedo decir
con seguridad: Padre nuestro, que estás en
los cielos,
porque en Él he guardado mi
tesoro y he depositado mi confianza y mi
esperanza” (Fuentes franciscanas, 1043).
Este fue el primer anuncio público de
Francisco, joven de Asís, de su radical con-
versión de libertino a santo, tal como todos
lo conocemos, y amamos.
“N
O HAY EN ÉL PARECER
,
NO HAY HERMO
-
SURA PARA QUE LE MIREMOS
(Is 53, 2)
Desde hacía poco, había descubierto en
el Evangelio palabras capaces de romper
cualquier certeza, otras vacías por estar
basadas en lo efímero: “Véndelo todo y
dáselo a los pobres....ama a quien te persi-
ga...” había leído, y en la prueba que lo des-
pedazaba, decidió seguirlo al pie de la letra,
sin compromisos o cómodas adaptaciones.
Dios y basta. Su Palabra y nada más....
Francisco era generoso. Lo había sido
siempre también cuando en los banquetes era
el primero que pagaba para todos. Una gene-
rosidad que se llevó consigo en el nuevo
camino que iba a iniciar: Ofrecía todo de sí
mismo al Dios que lo había buscado, a Aquel
que él cantaba como “belleza, justicia,
paz,seguridad....y toda nuestra dulzura”.
Sucedía exactamente hace ochocientos
años. Era el comienzo de un camino que
una riada interminable de gente ha seguido
recorriendo, hombres y mujeres, laicos y
consagrados, que desde hace siglos han
deseado seguir los pasos de Francisco, para
parecérsele aunque sea un poco.
“A
NTES SE ANODADÓ
,
TOMANDO LA FORMA
DE SIERVO
....” (Fil 2,7)
Pero, ¿cuál era el secreto de ese hombre
que se presentaba con aire ingenuo, vestido
con harapos y descalzo, de ese hombre que,
teniendo mucho, se convirtió en “nada”,
para tenerlo Todo? ¿Qué forma tomó su vida
para llegar a ser tan ejemplar?
Una forma que Francisco se cosió sobre sí
mismo: la forma de la cruz. La llevaba sim-
bólicamente en su túnica, cortada en modo
de cruz, como para decir que él vivía dentro
de la cruz, transportándola allí donde él fue-
ra, por todo el mundo, predicando. Pero si
ese símbolo hablaba al exterior, mucho más
profunda era la conformidad a aquella cruz
desde la cual Cristo mismo le habló un día
en la antigua iglesia de San Damián: “Ve, y
repara mi casa...”
le dijo. Y el fue.
El joven había comprendido enseguida
que para arreglar el edificio tambaleante de
la Iglesia de aquel tiempo, amenazada por
un espíritu de poder y riqueza que la alejaba
de la esencialidad evangélica con la que ini-
ció, debía recurrir al mismo medio de salva-
ción que el que propuso entonces el Mesías,
- la cruz - y vivirlo en toda su
plenitud.(Salvación, no locura! Cfr 1 Cor
1,23) Y de este modo, no dudó en desnudar-
se
de toda riqueza familiar para escoger
voluntariamente una pobreza que a menudo
lo dejaba hambriento,
con tal de demostrar
que solo en el distan-
ciamiento de los bie-
nes se obtiene el ver-
dadero Bien. Como
Jesús mismo, que
encarnándose se había
vaciado de la riqueza
divina para hacerse
débil entre los débiles
y traernos la libertad.
“H
AN TALADRADO MIS
MANOS Y MIS PIES
(Salmo 22, 17)
El camino tomado
por Francisco le lleva-
ba cada vez más a su
Modelo, hasta el punto
de que por vez primera
en la historia sucedió
en un hombre lo que en el Calvario se había
consumado con Cristo: según evento miste-
rioso, los signos de la Pasión se manifesta-
ron en su cuerpo y lo asemejaron totalmen-
te al Crucificado. Pero si esa experiencia le
fue donada desde lo alto de manera sobrena-
tural, fue mérito de Francisco el dejarse cru-
cificar de modo invisible pero real, a través
de la entrega voluntaria de todos sus dere-
chos. En todas las circunstancias se conside-
ró el último de los últimos, y por esto con-
seguía atravesar con los clavos su propio
orgullo, la natural vanidad, la concupiscen-
cia de la carne. Y mientras Jesús, extendien-
do sus brazos en la cruz acogía en su cora-
zón desgarrado al mundo decaído,
Francisco vivía un constante abrirse a toda
criatura, a las atrayentes y a las repugnantes,
feas o “peligrosas” para nuestros ojos. Fue
un hermano universal, extendía sus brazos a
cualquiera con tal de ofrecerle el abrazo de
Cristo y abría el espacio de su comprensión
a quien se sentía dividido en sí mismo, heri-
do, o mendigo.....
“H
OY ESTARÁS CONMIGO EN EL
P
ARAÍSO
(Lc 23, 43)
Durante largos ratos, con los ojos fijos
sobre el Crucificado, ¡Quién sabe cuántas
veces Francisco imaginó esos momentos
cruciales en los que Jesús salvaba al mun-
do!¿En que debía ahora imitarle para ser
como Él? Sobre la madera que le iba a matar,
Jesús expresó el vértice de su mediación
entre los pecadores y el Padre, creando con
el ofrecimiento de su vida el puente de unión
que el pecado había destruido. Quería que
cada hombre estuviera con Él en el Paraíso,
tal como le dijo al ladrón arrepentido, y por
ello se dio en rescate a sí mismo. También en
esto Francisco siguió los pasos del Amado y
tuvo la audacia de pedir al Papa la institución
de una indulgencia hasta entonces descono-
cida: “No deseo
años sino
a l m a s . . . . u n a
indulgencia sin
ofertas de dine-
ro. Quiero que
los que vengan a
esta iglesia (La
Po r c i ú n c u l a )
confesados y
arrepentidos, y
absueltos por el
sacerdote, sean
librados de la
pena y de las
culpas en la tie-
rra y en el cie-
lo...”
El Papa no
se atrevió a
negársela porque
enormes fueron
los méritos de
ese hombre que
tenía el coraje de hacerse pequeño en todo.
Así que la obtuvo; “¡Quiero enviaros a todos
al Paraíso!” exclamó exultante el día de la
consagración de la iglesia.
“P
ADRE
,
EN TUS MANOS
ENCOMIENDO MI ESPÍRITU
Y dicho esto, expiró. Así explica San
Lucas el último instante de la vida terrena
de Jesús, cuando sobre la cruz se abandona-
ba totalmente al Padre para cumplir un pasa-
je hasta entonces desconocido, más allá de
la definición de muerte. Era un abandono
total, confiado, seguro del proyecto divino,
del destino de la resurrección eterna. Un
abandono capaz de alcanzar a la voluntad,
mientras el cuerpo castigado vivía la cum-
bre de su dolor.
Es este mismo abandono lo que caracte-
rizaba la vida del joven de Asís: una entrega
sin condiciones a la acción divina, sobre
todo cuando las situaciones se volvían
adversas, opuestas a cualquier idea del bien.
Siempre supo encomendar su existencia y la
de sus hermanos al Padre.No es difícil pues
comprender como para Francisco enfrentar-
se a la hermana muerte cantando fuese un
hecho absolutamente normal. Pudo hacerlo
“el pobre de Dios”, porque había asimilado
la cruz hasta el punto de sobrepasarla ya
aquí sobre esta tierra. Y su corazón libre
volaba ya a los cielos.
“Es la fuerza del sacramento del Bautismo la que habilita al
hombre progresivamente a escuchar y comprender la Palabra
de Dios, es un don que viene de lo alto. Sólo la Palabra de
Dios sana, desata, libera, ocupa de manera sana y finalmente
nos abre a la vida en Cristo”.
(Giuseppe Dossetti 1913-1996 - jurista, político y monje)
4
background image
¡N
O ES
DEMASIADO TARDE
!
El verano, tiempo de
mayor afluencia de peregri-
nos, ha concluido, pero
aquí en la tierra bendita de
María los peregrinos están
lejos de disminuir en núme-
ro. Se puede notar por el
tráfico de coches y autobu-
ses, con las matrículas más
dispares, por la cantidad de
gente que atraviesa la plaza
de la Iglesia, sobre todo por
la mañana cuando se cele-
bran a cada hora las santas
Misas en varios idiomas.
En la nueva pantalla monta-
da junto a la oficina de
información se alternan de
forma continuada el último Mensaje del día
25 del mes y la lista de celebraciones euca-
rísticas, que en este periodo es especialmen-
te larga, informando de la presencia de pere-
grinos provenientes de diversos países:
Rumanía, Hungría, Polonia, Letonia,
Portugal, España, Líbano, además de los
coreanos y los americanos que están casi
siempre presentes aquí en Medjugorje.
Tras el verano aumenta el flujo de croa-
tas. Son muchísimos los que vienen a visitar
este lugar de gracia, de escapada durante el
fin de semana; el sábado en especial llegan
muchos autobuses desde localidades cerca-
nas. Sí, el sábado por la mañana tanto el
Podbrdo como el Krizevac son invadidos
por personas que en grupo o solas con gran
devoción confían a la Mamá Celestial todo
lo que apesadumbra sus corazones, decidi-
dos a aprovechar de la mejor manera estos
preciosos instantes en los que pueden desco-
nectar de la rutina cotidiana y experimentar
el acercamiento del cielo.
T
ODOS PODEMOS MEJORAR
María en un Mensaje nos
explicaba cómo en este lugar
se debe realizar el encuentro
de los corazones
y es justo
cuando los peregrinos son
tan numerosos y diversos que
es necesario esforzarse un
poco más para que cada uno
pueda encontrar en este san-
tuario un lugar de oración en
el que pueda encontrar a
Dios vivo, a la Virgen viva.
Sobre el Podbrdo y sobre el
Krizevac se han puesto desde
hace un año dos carteles de
madera con escrito “silen-
tium”
. Son sobretodo los
grandes grupos los que olvi-
dan que orando en voz alta inevitablemente
se molesta a los que en ese mismo instante
están viviendo algunos preciosos minutos
de recogimiento. Es triste hacer notar cómo
algunas personas ignoran completamente al
prójimo que se encuentra a su lado, y pien-
san que sólo importa su propia oración.
Otros no dejan de fotografiarlo todo y a
todos, hasta un consagrado recogido en ora-
ción es un souvenir, un fenómeno para
inmortalizar y llevar a casa. Pero es sobre
todo la falta de respeto por las santas Misas
celebradas en lenguas extranjeras lo que
entristece. No es raro ver grupos de perso-
nas entrar en la Iglesia para ir a saludar a la
estatua de la Virgen, ignorando que en ese
momento sobre el altar está Jesucristo vivo,
que se inmola renovando Su Redención y se
ofrece al Padre convirtiéndose en Pan,
bajando al mundo para ser troceado, distri-
buido y comido, para así habitar en nuestros
corazones. “¡A fin de cuentas, la Misa es en
otro idioma!”: es tal vez lo que se piensa.
No son sólo los italianos los que deben
mejorar en esto; no puedo no nombrar a este
pueblo, tan generoso, tan devoto pero tam-
bién tan ruidoso y distraído.
L
A VISITA DEL OBISPO
El domingo 23 de Septiembre ha venido
a Medjugorje el obispo Ratko para nombrar
oficialmente al nuevo párroco, padre Petar
Vlasic, que ya desde el comienzo del verano
asumió esta importante función, pero que
sólo ahora se le encomienda de modo ofi-
cial. Padre Petar ha renovado las promesas
hechas al momento de su ordenación sacer-
dotal, ha jurado fidelidad al Santo
Evangelio y a la Santa Iglesia de Dios, y ha
recibido simbólicamente de las manos del
obispo la llave del tabernáculo, centro de la
vida y de la fe de la parroquia.
El obispo, como todos los peregrinos del
mundo saben, no ha sabido abrir todavía su
propio corazón a la verdad de las apariciones
de Medjugorje, y lamentablemente también
en esta ocasión se ha mostrado poco benigno
hacia los franciscanos y feligreses, dejando a
todos los participantes una sensación de
amargura, pero también de concienciación
de que los que son llamados, deben dar testi-
monio con mayor convicción y transparen-
cia; el resto lo hará la bondad de Dios.
fra Francesco
El 2 de octubre MIRJANA
recibió el siguiente mensaje:
“Queridos hijos, os llamo a acompañar-
me en la misión que Dios me ha confiado,
con el corazón abierto y lleno de confianza.
El camino por el que os conduzco, por
voluntad de Dios, es difícil pero requiere
perseverancia, y al final, nos reuniremos
todos en Dios. Mientras, hijos míos, no
ceséis de orar por el don de la fe. Sólo a tra-
vés de la fe la Palabra de Dios será luz en
las tinieblas que quieren envolveros. No ten-
gáis miedo, Yo estoy con vosotros. Os doy
las gracias.”
¡María nos sigue
llamando!
Medjugorje estaba lleno de peregrinos
este año. Gente de todo tipo, nacionalidad y
lengua. Pequeños y grandes, solos o en gru-
po. Quien por vez primera, quien en cambio,
“ya de casa”.”¡Jamás hemos visto a tantos!
Sólo en el verano, el número fue mayor que
el año anterior entero”
comentó una monja
encargada de la asistencia en el Santuario.
A pesar de las muy altas temperaturas que
hacían heroicas las subidas a los montes, los
peregrinos se movían entre los varios puntos
“cardinales” del pequeño pueblo con bas-
tante soltura. ¿Qué es lo que les daba tanta
vitalidad, tanta disponibilidad al sacrificio?
No eran ciertamente promesas de comodi-
dades o halagos, sino sólo el deseo de
encontrarla a Ella, a María, la madre que los
había llamado y que había preparado para
cada uno dones especiales, de gracia, de
sanación y de conversión.
Se llega generalmente cargados de
maletas que el mundo te impone, esas exi-
gencias cada vez más agobiantes que pare-
cen indispensables pero que en realidad no
llevan a nada. Ya a la llegada se siente un
“algo” que te acoge, haciéndote sentir en
seguida su hijo, necesitado de amparo y de
consuelo. Y luego, poco a poco, mientras se
ora, sientes caer de tu espalda ese lastre que
te ata a la tierra mientras notas que se abren
unas alas interiores que de modo impercep-
tible pero real elevan tu alma a una dimen-
sión de paz, de serenidad y sobre todo de
amor.
Si, en Medjugorje se siente uno queri-
do inmensamente, de manera totalmente
personal, sin necesidad de máscaras para ser
aceptados, sin tener que asumir comporta-
mientos de conveniencia para comunicarse
con los demás. Por fin, eres tú mismo. Es
como si una mano invisible nos tocara unos
puntos que restablecen el equilibrio, y todo
nuestro ser se siente en armonía, cada cosa
en su sitio. La sensación de tranquilidad
absoluta surge de modo natural y el alma
comienza a respirar en libertad y plenitud.
Hace poco pasó una señora por aquí, sólo
estuvo un día, y al regresar a casa quiso des-
cribir lo que había vivido pero no podía: “no
puedo explicar lo que se siente, no hay pala-
bras, hay que experimentarlo”, decía.
Pero no es justo reducir Medjugorje a
la esfera de las sensaciones, aun siendo
éstas una señal de lo que acontece en el inte-
rior de cada uno. Lo que sí se debe subrayar
es ese toque potente de gracia, capaz de
alcanzar el corazón e iniciar en él un proce-
so gradual de transformación, una conver-
sión de 360 grados, dilatándolo cuando es
demasiado estrecho e incapaz de acoger al
prójimo, suavizándolo cuando se vuelve
rígido y severo, endurecido por las ofensas
de la vida y por ello cerrado en sí mismo.
La madre que nos llama en esa tierra,
bendecida por su presencia, nos conoce uno
a uno. Conoce nuestra historia, lo que lleva-
mos dentro, en el bien y a menudo también
en el dolor. Quiere sanarnos de las heridas
que hemos acumulado a lo largo de los años,
y sobre todo liberarnos de todas las reaccio-
nes negativas que surgen al querer defender
esas llagas aún abiertas. A menudo, quien
nos parece malo, sólo es alguien terrible-
mente golpeado en su alma, y por tanto se
protege para no arriesgarse a recibir otro
mal. María nos enseña que el mal se cura
con el amor, la comprensión y el perdón. Si
respondemos a su llamada siguiendo su voz,
aprenderemos también nosotros a hacer lo
mismo con nuestro prójimo, al que segura-
mente alguna vez juzgamos sin realmente
conocerlo.
sor Stefania
S u c e d e e n M e d j u g o r j e . . .
5
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Jelena, mamá
por cuarta vez
Se llama Benedetta, y el nombre lleva
en si una gran verdad, porque ha nacido bajo
el manto bendito de la Reina del Santo
Rosario, el 7 de octubre.
Es la cuarta hija
de Jelena Vasilj, que como todos saben tuvo
durante varios años el don de las locuciones
interiores, a través de las cuales la Virgen
guiaba el grupo de oración en
Medjugorje.”Ha sido un embarazo muy
bello e inmerso en la gracia”,
ha explicado
Jelena, “casi cada día tuve ocasión de asis-
tir con mis otros tres hijos a la Santa Misa
en el Santuario delle Tre Fontane, cerca de
mi casa, en Roma. La oración y la continua
confianza en Jesús lo hizo todo muy llevade-
ro, a pesar de los compromisos cotidianos
de una madre. Y como fruto de este camino
tan favorecido por la gracia, Benedetta
nació rápidamente y sin hacerme sufrir...”
Sabemos por los escritos que Jelena dio
durante un tiempo a la redacción de Eco,
que ella vive su propia maternidad como un
“lugar” privilegiado de contemplación del
misterio de la vida, que nace en Dios y se
comunica a toda criatura: “En mis hijos veo
la imagen de Dios aún intacta. Cada maña-
na leemos juntos el evangelio del día”
con-
tinúa Jelena “y a menudo recitamos también
las alabanzas, o mejor, yo leo los salmos y
ellos me escuchan. No debemos pensar que
son demasiado pequeños, para ellos se ha
vuelto normal esta relación cotidiana con
Dios y Jesús es de verdad un amigo con
autoridad en sus corazones. Si digo que
algo disgusta a Jesús, mis hijos lo toman
muy en serio y obedecen sin resistencia.
Naturalmente esto requiere
por mi parte una gran dedi-
cación, un esfuerzo, pues no
creo que pueda haber amor
sin donación absoluta. El
amor es como una billetera
muy especial, cuanto más
das, más se llena.”
Es bello oír el testimonio
de una madre que no teme
apagar la televisión para
explicar a sus hijos la historia
más bella, la de la encarna-
ción del Hijo de Dios. Una
mamá que no se deja chanta-
jear por las convenciones de una sociedad
cada día más sofisticada y exigente, que nos
quiere constantemente al día con los tiem-
pos, pero que a la vez nos priva del tiempo
más importante, el del encuentro con noso-
tros mismos y con el Padre que nos ha crea-
do. “Cargamos a nuestros hijos con compro-
misos, cosas por hacer, como los adultos, y
no nos damos cuenta de que los aplastamos.
Así corremos el riesgo de quitarles definiti-
vamente la espontaneidad, la sencillez.
Tambien en el juego, que hoy se ha vuelto tan
complicado... ¡Mis hijos se divierten con
poco y son felices!”
, concluye.
Deseamos a Jelena todas las bendiciones
en su misión, tan importante en este tiempo
en el que a menudo la maternidad está con-
siderada como una “opción”, o un algo para
encomendar a otros y así tener más tiempo
para uno mismo, delegando a
otros, instituciones o extraños
algo tan valioso como el cui-
dado de los pequeños.
Sabemos bien qué delicados
son los primeros años de la
vida de cada hombre, es
entonces cuando se forma la
persona y se ponen las bases
para una equilibrada relación
con el amor, que debe ser lue-
go desarrollado armoniosa-
mente en los años para que la
persona pueda a su vez gene-
rar vida, según el proyecto de
Dios. Sólo de este modo la humanidad
podrá sanar de sus heridas, numerosas heri-
das, que provienen de infancias equivoca-
das, reguladas por leyes en contraste con ese
donarse a sí mismo que los padres debieran
de asumir.
Aparte de la pena que da, queda aún la
oración y el ejemplo para todos aquellos que
aún no han comprendido el valor imprescin-
dible de la maternidad y la paternidad,
mirando por el bien de todos y por un mun-
do realmente mejor.
s.c.
“FÍATE DE MI”
Un fin de semana de abril del año 2003,
más exactamente el del Domingo in Albis,
desde hace algunos años denominado
Domingo de la Divina Misericordia, pero yo
entonces no había oído nombrar a Santa
Faustina. No es que estuviera apartado de la
Iglesia. Desde hacía unos años había inicia-
do un significativo camino interior, había
descubierto la presencia real de Jesús en la
Eucaristía y sobretodo en la Santa Misa y
experimentaba en la oración del Rosario la
proximidad de María.
Había acabado mis estudios y recién ter-
minado el servicio militar y, ya cansado del
mundo, hubo en mí una llamada interior a la
vida consagrada. Justo en el momento en el
que este propósito iba a concretarse, se desen-
cadenó en mi interior una fuerte crisis: de
improviso Dios me pareció muy lejano y
todas las que hasta entonces me parecieron
sólidas certezas, me parecieron ideas vagas en
el interior de mi corazón ofuscado, que sólo
por fuerza de voluntad no quería abandonar.
Con estas disposiciones interiores, me
encontré en Medjugorje en ese fin de
semana de abril. Digo me encontré porque
una llamada interior y una serie de circuns-
tancias aparentemente casuales, me llevaron
allí, como catapultado.
No me paro a comentar lo que viví en
esos días, cada uno tiene sus experiencias,
para todos diversas pero para todos manco-
munadas por una Presencia, por un Amor
Divino que María, por gracia especial, hace
tangible de manera increíble. Lo que se gra-
bó en mi corazón fue una percepción, deli-
cada y nítida: “Fíate de mi”. Sentí a María
viva en mi corazón que me pedía abando-
narme a Ella,
que la dejara tomar plena
posesión mi vida. No sabía lo que significa-
ba concretamente, pero era algo irresistible.
Había leído unos meses antes el Tratado
sobre la Verdadera Devoción a María
, de
San Luis María Grignon de Montfort (libro
que, recordando unas líneas, influyó profun-
damente en la espiritualidad de Juan Pablo
II y del cual él tomó el lema “Totus tuus”).
Al regresar a casa tomé el libro y encontré
un tesoro, la receta para concretar aquella
percepción que sentí en Medjugorje.
Mi vida ha continuado entre varias difi-
cultades: un trabajo interesante pero que no
me llenaba, el servicio bello y difícil de jefe
scout, el deseo de una vida religiosa que
quedaba indefinido....
En Agosto volví a Medjugorje y aquí
María me preparó para afrontar un momen-
to muy delicado: la muerte de mi padre.
Llegado este momento, mi vida humana-
mente se paró, si bien dentro de mí ardía una
presencia que me iluminaba el camino y me
repetia: “ve simplemente adelante”.
Ir adelante significaba tratar cada día
de vivir los mensajes, abriendo el corazón
a María
y dejando que fuera Ella quien me
indicara cada paso. Significaba aceptar cada
situación cotidiana (sobre todo las difíciles,
las que nos contrarían y que por lo general
estamos tentados de huir o liquidar acusan-
do al prójimo para así liberar aparentemente
nuestra conciencia) y aprender a vivirla con
los criterios de Dios, que son los criterios
del amor. Al principio, debo ser sincero,
sentía y oraba solo a María. Lo que me pare-
cía una actitud generosa por mi parte, rezar
el Rosario, ir a Misa, ayunar a pan y agua,
era en cierto modo el intento un poco ego-
ísta de mantener vivas las sensaciones
vividas en Medjugorje.
Éste ha sido el
paso más difícil: desapegarme de la emoti-
vidad. Tras una Adoración intensa, tras una
Misa o un buen Rosario, tenemos la tenta-
ción de apegarnos a las sensaciones
y de
hacer de ellas la medida de todo. En un
momento dado, sentí que esa presencia tan
dulce de María iba disminuyendo poco a
poco y no os oculto que la cosa al comienzo
no me gustó nada. Después comprendí que
me estaba sucediendo lo que sucede a cada
niño a los dos, tres años. La mamá lo suelta
de su mano para que aprenda a caminar.
El tiempo fue trascurriendo hasta que en
el verano de 2005 volví a Medjugorje. A la
llegada, junto a algunos amigos, recibimos
algunas estampas con la imagen de Jesús
Misericordioso, custodiada en Surmanci y
así, informados de que es milagrosa, pensa-
mos en ir a visitarla. Pasamos delante de una
casa grande y blanca, y al no estar seguros
del camino correcto, entré para pedir infor-
mación. Una paz especial me invadió el
corazón y me llevó a preguntar quién vivía
allí, y así descubrí que allí residía una comu-
nidad religiosa, nacida del grupo de oración
de Jelena. Enseguida sentí el deseo de cono-
cer a esta comunidad, pero varias circunstan-
cias lo hicieron posible sólo el año siguiente.
El 8 de Diciembre de 2005 me consagré
a Maria, siguiendo las indicaciones de
Montfort. Desde aquel momento, que a mí
me pareció de estancamiento ya que no
sabía todavía qué hacer con mi vida, una
serie de eventos encadenados entre sí me
llevaron, paso a paso, a entrar en comuni-
dad. Si miro hacia atrás me quedo con la
boca abierta al ver cómo Dios, a través de
María y subordinándolo todo a mi consenti-
miento, me ha llevado a madurar cada
elección en el conocimiento y en la liber-
tad,
libertad de aceptar un camino nuevo,
preparado aposta para mí y que cada día,
para ser recorrido, me pide que renueve mi
elección y mi Sí a Dios.
Andrea Coffa
La piccola Benedetta
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A la espera
de Su venida...
de Giuseppe Ferraro
Hay una impalpable sensación de
espera de eventos decisivos que recorre
como un temblor de luz todo el mensaje de
la Reina de la Paz en Medjugorje. El sor-
prendente alargamiento de Su misma pre-
sencia profética, sus repetidas advertencias
de que : “....estas apariciones mías aquí en
Medjugorje son las últimas para la
Humanidad...” (Mens. 17-4-82), la insisten-
te mención de un “nuevo tiempo”
que nos espera: “Yo estoy con
vosotros y os guío hacia un nue-
vo tiempo, tiempo que Dios os da
como gracia para conocerlo aún
más” (Mens. 25-1-93), tienden a
despertarnos de la espera ador-
mecida ante eventos que han de
acontecer en la humanidad y en
la entera creación. Esto se hace
aún más explícito en la parte del
mensaje de la Reina de la Paz
que se refiere a los llamados
“secretos”, sucesos de gran
envergadura que marcarán visi-
blemente mediante intervención
decisiva de Dios, la historia del
mundo: “¡Aquí hay unos secre-
tos, hijos míos! No se sabe de qué se trata,
pero cuando sucedan, será ya tarde!” (Mens.
del 28 de enero de 1987).
Nosotros los cristianos bautizados,
durante la Misa, casi inconscientemente
hemos repetido miles de veces “....a la espe-
ra de tu venida”, pero debemos reconocer
con sinceridad que pocos son los que real-
mente en su corazón esperan la llegada del
“día del Señor” que, como aseguran las
Escrituras, “llegará como el ladrón en la
noche” (1Ts 5,2).
En la Iglesia primitiva era en cambio
muy vivo el sentido de la espera del retorno
de Cristo, que se manifestaba en una ardien-
te tensión espiritual del alma, deseosa de
realizarse plenamente en Dios, de llegar a la
comunión completa con Él.
Los primeros cristianos, de hecho, espe-
raban “nuevos cielos y una nueva tierra, en
los que habita la justicia” (ibídem 14), con
el ansia vigilante y amorosa de la Esposa del
Cantar de los Cantares, interiormente ilumi-
nados por la “bienaventurada esperanza” del
próximo cumplimiento de la comunión eter-
na con el Cordero.
Con el pasar de los siglos esta fuerte
concienciación se ha ido progresivamente
atenuando, si bien conceptualmente perma-
nece como verdad de fe básica, que toda la
historia de la salvación, con la irrupción del
tiempo del misterio pascual de Cristo, ha
sido invadida por un dinamismo nuevo que
la proyecta velozmente hacia la realización
final. Ello no está exento de consecuencias
fundamentales sobre el plano concreto de la
acción eclesiástica.
Sólo en la vigilante y amorosa custodia
de la “ bienaventurada esperanza en la mani-
festación gloriosa del gran Dios y Salvador
nuestro Cristo Jesús.”(Tt, 2,13), la Iglesia
puede sacar continuamente nueva savia de
gracia celestial para dar luz y empuje a su
concreta misión salvadora: “Por esto, carísi-
mos, esperando estas cosas, procurad con
diligencia ser hallados en paz, limpios e irre-
prochables ante Él” (2 Pe 3,14).
En los corazones de los bautizados, el
ofuscamiento sobre la meta final del camino
de salvación abierto por el Resucitado, pue-
de hacer perder el sentido más auténtico de
la vocación cristiana. Ésta, de hecho, más
allá de la necesaria claridad doctrinal, halla
pleno cumplimiento y renovada energía
misionera sólo en la vital experiencia de la
unión mística del alma con su Creador. Este
“eclipse de la espera” es en realidad indicio
de una profunda enfermedad espiritual, que
con el pasar de los siglos, bajo el influjo de
sugestiones racionalistas, se ha ido lenta-
mente asentan-
do en el cora-
zón de los bau-
tizados.
Es el fruto
de una ilusión
insidiosa que
r e c u e r d a
inconfundible-
mente los ras-
gos envenena-
dos del padre
de la mentira,
como p.ej. que
se pueda ser
c r i s t i a n o
negando a
Cristo el efectivo señorío sobre nuestra vida,
limitando nuestra propia adhesión al
Evangelio a un plano puramente racional,
ritual y moralista, prescindiendo de un ínti-
mo y profundo “encantamiento del corazón”
hacia la Persona y el misterio de Cristo (cfr.
Novo Millennio Ineunte N. 33).
De esto emana, según un malentendido
primado de la razón, el rechazo a priori de
cada experiencia inmediata del alma a nivel
“místico”, del inefable encuentro con el
Esposo divino, que está concretamente pre-
sente en nosotros y que desea ardientemen-
te donarnos el soplo vivificante del amor tri-
nitario, “hasta que toda la persona llegue a
ser poseída por el Amado divino, vibre ante
el toque del Espíritu Santo, y se abandone
filialmente al corazón del Padre. (cfr. “Novo
Millenio Ineunte N. 33).
Sin esta apertura interior, nuestra fe per-
manece estéril, incapaz de levantarse del
polvo de este mundo viejo para generar “fru-
tos de vida eterna”, cayendo en el engaño de
muchas teorías teológico-doctrinales, jurídi-
co-moralistas, humanísticas y culturales en
las que no late el Corazón vivo de Dios.
La Reina de la Paz que nos conoce bien
por dentro y que nos “ama con el amor de
Cristo sin medida”, quiere en cambio llevar-
nos a una comunión viva con el Corazón de
su Hijo, única fuente de verdad y de vida
para el mundo. Ella desea sanarnos comple-
tamente de cualquier lepra espiritual, para
que seamos perfectamente idóneos para la
gran misión confiada por Cristo a su Iglesia,
la de ser un vivo e incontaminado canal del
amor puro del Altísimo por todas las almas
y por toda la creación.
María, de hecho, se aparece en este
tiempo para acompañar al mundo al gran
pasaje pascual de la recapitulación universal
en Cristo, para que Él “entregue a Dios
Padre el reino, cuando haya destruido todo
principado, toda potestad y todo
poder”(1Cor 15,24). Por esto Ella pide a sus
hijos que “mi Corazón, el Corazón de Jesús
y el vuestro se fundan en un único gran
corazón de amor y de paz “ (Mens.25-7-99),
para poderles trasladar plenamente su mis-
ma pureza, para que así la salvación y la
nueva vida del Resucitado se difunda entre
la creación entera.
Es necesario también que la Iglesia de la
tierra se abra para acoger y compartir de lle-
no ese mismo amor puro que ya reina en la
Iglesia celestial y que en María resplandece
admirablemente en la cima de toda la crea-
ción. En Ella, de hecho, se expresa plena-
mente el misterio de la Iglesia perfectamen-
te realizada y es por esto que Dios la envía a
que haga partícipe al Cuerpo Místico del
Hijo, de su misma pureza de Madre, para
que también la Iglesia de la tierra sea como
Ella, “sin mancha o arruga o cosa semejan-
te, sino santa e intachable” (Ef 5,27), real-
mente preparada para las bodas cósmicas
del Cordero, que ya resplandecen en el hori-
zonte de la presencia de la Reina de la Paz.
Este don inmenso de gracia que fluye a
través de Ella puede sólo ser acogido por
quien se decide a ofrecer con total sencillez,
libertad y filial abandono, su propia vida a
Dios, permitiendo así al alma abrirse a una
intensa comunión nupcial con el
Resucitado, que por una especial disposi-
ción del Altísimo se hace sorprendentemen-
te cercano a sus hijos en este tiempo a través
de la especial presencia de María.
Sólo así, “la espera de Su venida” será
anuncio y gracia de bendición para el mun-
do, auténtica “vela del corazón”(Cant 5,2),
presta a acoger la voz del Esposo: “¡La voz
de mi amado! Vedle que llega” (Cant 2,8).”Y
el Espíritu y la Esposa dicen: Ven.....Y el que
tenga sed, venga, y el que quiera tome gratis
el agua de la vida” (Ap 22,16).
Oración de súplica
Santísima Virgen, Madre de
Dios, yo aunque indigno pecador
postrado a tus pies en presencia de
Dios omnipotente te ofrezco este mi
corazón con todos sus afectos. A ti
lo consagro y quiero que sea siem-
pre tuyo y de tu hijo Jesús.
Acepta esta humilde oferta tu
que siempre haz sido la auxiliado-
ra del pueblo cristiano.
Oh María, refugio de los atri-
bulados, consuelo de los afligidos,
ten compasión de la pena que tan-
to me aflige, del apuro extremo en
que me encuentro.
Reina de los cielos, en tuss
manos pongo mi causa. Se bien
que en los casos desesperados se
muestra más potente tu misericor-
dia y nada puede resistir a tu
poder. Alcanzame Madre mía la
gracia que te pido si es del agrado
de mi Dios y Señor. Amén.
Virgen de Coromoto,
Reina y Madre Venezuela
7
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Villanova M., 1 de noviembre de 2007
Resp. Ing. Lanzani - Tip. DIPRO (Roncade TV)
Que nos bendiga Dios Omnipotente,
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Amén.
Un verano particular
de Robert Prendushi
Cuando traduzco nuestro periódico
Eco de María me gusta pensar también en el
recorrido que hace esta publicación, tan
pequeño pero precioso, para llegar a todos
los continentes.
La redacción recibe a menudo cartas de
agradecimiento de Australia, de Asia, de
América del Sur… El camino que hace el
Eco en albanés, aunque corto, es el que
mejor conozco. A pesar de todo, sabiendo
que este verano iba a poder ir con mi esposa
a Medjugorje, todos los días precedentes me
parecieron una preparación y un aliento para
este viaje a la Tierra Bendita. Te impresiona
que en breve puedas estar en la fuente, don-
de de hecho nace nuestro periódico, y
encontrarte con la redacción y los traducto-
res de las distintas partes del mundo.
Una agradable sorpresa
Aunque traduzco el Eco desde hace casi
15 años, entiendo que el papel del traductor
no deja de ser secundario. En mi caso, me
siento no sólo honrado sino que, al vivir en
el extranjero, en deuda con mi país. A decir
verdad nunca pensé que en una boda – oca-
sión de encuentro en Italia de varios albane-
ses después de muchos años – oiría hablar
de nuestro periódico: “He visto en tu casa el
Eco de María, me gustaría tenerlo también
en América”, exclama saliendo de la iglesia
un pariente de la esposa, “la verdad es que
me gustaría que mis hijos leyesen los men-
sajes de la Virgen…”, concluye.
En realidad, antes de llegar había hecho
una parada en Medjugorje junto a su mujer
croata. “Me parece que la Virgen ha oído
enseguida tu deseo”, le responde la interlo-
cutora y me presenta a mí como traductor.
Más tarde, con mucha alegría, me apresuré a
comunicar su dirección a la secretaría del
eco. Tras esta agradable sorpresa, en la
comida fue corriendo la voz, y así, no sin
asombro, ¡me enteré que de cuarenta perso-
nas, diez leían el Eco!
En la fiesta de la Asunción en Scutari
Para todo cristiano albanés, cuando está
a punto de llegar a la ciudad de Scutari, es
natural hacer una parada ante la Iglesia de la
Virgen del Buen Consejo que se encuentra
justamente al principio de la calle que lleva
a la ciudad, a los pies del castillo de Rosafa
(espero que los lectores recuerden la historia
del viaje, en 1467, de la imagen de la Virgen
del Buen Consejo
que ahora se encuentra en
Genazzano, cerca de Roma. v.Eco 194).
Justamente el 15 de agosto estábamos en
Scutari y por la mañana nos encontramos
ante la Iglesia donde se había reunido
mucha gente venida de los pueblos vecinos.
La fiesta de la Asunción en Albania no
está reconocida oficialmente por el Estado,
es día laborable; pero para nosotros que
generalmente asistimos a Misas llenas de
sillas vacías, ver la Catedral (la más grande
de los Balcanes) llena de gente fue una gran
alegría. En aquellos días muchos sacerdotes
jóvenes nos conmovieron con sus homilías.
Después de muchos años de sufrimientos y
de martirio, la Iglesia Albanesa tiene nuevos
pastores dignos para el conjunto de los fie-
les. Les pregunté los nombres y uno me
pareció haberlo oído antes. ¿Será aquel que
hace unos doce años pedía nuestro periódi-
co, o será un homónimo? Una cosa es segu-
ra: aquel sacerdote y otros jóvenes fueron
educados en la escuela de María, que nos
lleva a nuestro Señor Jesús.
Hacia su destino…
Desde Scutari a Medjugorje la distancia
es de unos 300 km, no más. Un viaje con
varios autobuses, realizado con muchas
paradas no deseadas (aunque los Balcanes
ahora están formalmente en paz) porque una
serie de controles muy poco distanciados
entre sí hacen lento nuestro camino, nos
paran, nos inspeccionan… Comenzamos el
viaje a las cuatro de la mañana y sólo a las
cinco de la tarde pasamos el último control
de la frontera bosnia, para entrar allí, donde
reina la Reina de la Paz. A las nueve de la
noche estábamos en Medjugorje.
¡Finalmente! Aquí hay otra dimensión.
¡Cinco días en la Comunidad Reina de la
Paz! Esta vez éramos muchos, sobre todo de
países del Este; también ellos, como los
albaneses, sedientos de fe. Cinco días para
beber de la fuente verdadera…
Hoy que ya he vuelto a la vida cotidiana,
pienso en tantos rostros que he conocido y
con los que he vivido una profunda comu-
nión en la oración, en el compartir y en la
escucha atenta de lo que nos enseñaba el
padre Tomislav. Pero el encuentro con Ella
es lo que te queda en el corazón.
La subida al Podbrdo
Es una subida dulce, pero siempre es una
subida la del Podbrdo, el monte donde se
apareció por primera vez la Virgen. No pare-
ce fácil, pero al bajar no te sientes cansado.
Sin embargo, nadie ha modificado ese sen-
dero rocoso para dulcificarlo o facilitar el
camino. Están únicamente las estaciones del
Rosario, donde los fieles se paran para las
reflexiones, Pero la devoción popular ha
dejado huella.
Las rocas están limadas y parecen de
mármol en muchos trozos de la subida.
Limadas por el paso y las oraciones de los
fieles que pertenecen a estratos sociales dife-
rentes, incluso aquellos que quizás han pen-
sado en ahorrar todo el año para afrontar este
viaje, para realizar el sueño de ese encuentro
y para hacer esta subida tan deseada.
No se puede olvidar el murmullo de las
oraciones con tantos colores, matices, como
la sinfonía más bella del pueblo hacia la
Reina de la Paz, que aún se aparece para
nuestra alegría en Medjugorje. Así pues un
verano verdaderamente especial.
Si el Eco hasta ahora ha podido vivir y
“caminar” por los caminos de todo el mun-
do es gracias a vosotros, queridos lectores
que con generosidad nos sostenéis con ora-
ciones y donativos. Muchos de forma dis-
creta pero concreta, ofrecen dinero por
aquellos que no tienen la posibilidad de
hacerlo.
A todos ellos nuestro gran GRA-
CIAS,
porque el gesto de compartir los pro-
pios bienes con quien no tiene es altamente
evangélico, y el Señor premia siempre como
sólo Él sabe hacerlo.
Los lectores escriben
C. Freiro de Miami, USA: Gracias por
vuestra maravillosa publicación que leo y
releo antes de pasarla a otros.
A. Houtermans de Alemania: Escribo
para confirmar mi deseo de continuar reci-
biendo el Eco. Encuentro vuestra revista
excepcional; la leo desde 1991, y no querría
quedarme sin ella. Que Dios os pague todo el
bien que hacéis a través del Eco para el bien
de los corazones. ¡Que la Gospa os proteja!
E. Bertoncini de Pisa (Italia): Gracias
por vuestro periódico que bajo su apariencia
modesta esconde tantas joyas de sabiduría.
P. Urbano M. de Cesare, Méjico: reci-
bo desde hace años vuestro Eco. Soy un
misionero comboniano y trabajo aquí en
Méjico desde hace 20 años. El Eco me ayu-
da muchísimo a conocer la devoción a la
Reina de la Paz y a saber lo que sucede en
Medjugorje. Apelo a los buenos lectores del
Eco para que recuerden al Señor las
Misiones en América Latina. Que la Reina
bendiga a todos los redactores del Eco.
P. Giovanni Pontarolo de Brasil:
Queridísimos del Eco, hace 19 años que reci-
bo el Eco. Fue un regalo que me hizo don
Angelo en un retiro que hicimos en
Medjugorje. Apenas recibido lo leo y releo
porque es fuente de espiritualidad fiel a la
Tradición de la Iglesia. ¡Que Dios os bendiga!
Sra Carranza de Gales (GB):
Contribuyo siempre que puedo con un dona-
tivo, pero no podrá nunca igualar la ayuda
espiritual que recibo del Eco.
Me gusta leerlo por la tarde cuando con-
sigo concentrarme mejor en el mensaje ben-
dito que María me da. Para mí el Eco es una
referencia; guardo los números anteriores
para releerlos. ¡Bendiciones y oraciones!
El Eco de María es gratuito y vive sólo de
donativos que pueden hacerse
por CORREO:
en este número de cuenta:
141 242 226 a nombre de
Eco de María
CP 47 - 31037 LORIA (TV)
por VÍA BANCARIA:
Associazione Eco di Maria
Banco de Valencia
(Gruppo BANCAJA)
IBAN: ES59 0093 0999 1100 0010 2657
Para nuevas suscripciones o para modifi-
caciones
en la dirección escribir a la
Secretaría del Eco
CP 47 31037 LORIA (TV) Italia
http://www.ecodimaria.net
Agradecemos de todo corazón a
quien ya se ha hecho instrumento de la
providencia para el Eco enviando su
donativo. Que el Dios de todo bien
recompense vuestra generosidad con
el céntuplo en gracia y bendición.
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