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Eco de Maria Reina de la Paz 181 (Majo-Junio 2005)

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Mensaje del 25 de marzo de 2005:
“Queridos hijos, hoy os invito al amor.
Hijitos, amaos con el amor de Dios. En
todo momento, en la alegría y en la triste-
za, que prevalezca el amor, y así el amor
comenzará a reinar en vuestros corazo-
nes. Jesús resucitado estará con vosotros
y vosotros seréis sus testigos.
Yo gozaré con vosotros y os protegeré
con mi manto materno. Especialmente,
hijitos, miraré con amor vuestra conver-
sión cotidiana. Gracias por haber respon-
dido a mi llamada.”
Testigos del Resucitado
Queridos hijos, hoy os invito al amor.
Así nos exhorta María en Su mensaje del
viernes santo del año 2005 y Juan, el
Apóstol del Amor, que junto a María está a
los pies de la Cruz para acoger el último
aliento de Jesús, nos exhorta así:
Queridísimos, amémonos los unos a los
otros, porque el amor es de Dios: todo el
que ama viene de Dios y conoce a Dios.
Quien no ama no ha conocido a Dios, por-
que Dios es amor
(1 Jn 4, 7-8). El Amor está
allí, en esa Cruz, piedra de escándalo. (Rm
9, 32) y signo de contradicción (Lc 2, 34)
para que lo que está escondido sea revelado.
Ahora bien, debemos saber quién es nuestro
Dios: la Muerte y la Resurrección de Jesús
nos lo revelan. La Luz del Espíritu Santo
que mana de ellas y se derrama sobre el
mundo ilumina el misterio escondido por los
siglos en la mente de Dios
(Ef 3, 9).
Hijitos, amaos con el amor de Dios,
nos exhorta María. Y es una precisión
importante porque hoy parece haberse perdi-
do el significado original de la palabra amor.
El amor de Dios es el que nos reveló Jesús
con su vida; es el que tan bien describió
Pablo en el bien conocido Himno a la cari-
dad
(1 Cor 13).
En todo momento, en la alegría y en la
tristeza, que prevalezca el amor y así el
amor comenzará a reinar en vuestros
corazones.
Vivir el amor en cualquier cir-
cunstancia alegre o triste de nuestra vida. El
amor que viene de Dios, de hecho, no
depende de los acontecimientos de nuestra
existencia, no está en función de ellos. Por el
contrario, son los acontecimientos de la vida
los que adquieren significado y valor por el
amor con el que se viven. Porque si los vivi-
mos en el amor de Dios necesariamente
infundimos en ellos esta fuerza salvífica, eli-
minamos de ellos el mal, y consolidamos el
bien. Así el amor comenzará a reinar en
nuestros corazones. Y así crecerá el Reino
de Dios en nosotros y a nuestro alrededor:
Jesús resucitado estará con nosotros y
nosotros seremos sus testigos.
Ser testigos del Resucitado significa
dejar que Jesús viva en nosotros. No basta
con decir que creemos en Dios, hay que
especificar en qué dios se cree. No basta con
decir que se cree en el Dios de Abraham, de
Isaac, de Jacob ni tampoco que se cree en el
Dios encarnado en Jesús si luego esto no es
más que una declaración verbal que no inci-
de en nuestro modo de vivir. No basta con
decir que se cree en Dios-amor si luego se
duda de su amor, si no se ama al prójimo con
el amor con que Dios ama, si no se es capaz
de amar a los propios enemigos, si no se es
capaz de dar y pedir perdón.
Ciertamente, esto no es fácil en absoluto
ni lo tenemos al alcance de la mano. Pero
tenemos a la Iglesia, los sacramentos, las
gracias ordinarias y extraordinarias que Dios
no cesa de conceder. Tenemos a María que
realmente es nuestra Madre, que nos guía y
rige, que intercede por nosotros. Decidamos
seriamente dejarnos inhabitar por Cristo.
María gozará con nosotros y nos protege-
rá con su manto eterno.
Encaminémonos
también con pequeños pasos, pero funda-
mentados en un gran deseo de abandono en
Dios y no en cálculos mezquinos. Dejemos
que sea María la que guíe nuestra conver-
sión cotidiana,
para vivir día tras día nues-
tro bautismo. Ella mirará con amor esta
opción cotidiana por el Resucitado, y las
pequeñas acciones del día realizadas con
este espíritu producirán, bajo su mirada, flo-
res de conversión y de amor, quizás poco
aparentes para el mundo pero infinitamente
agradables a Dios porque son flores que
madurarán frutos de Resurrección.
Nuccio Quattrocchi
Mensaje del 25 de abril de 2005:
“Queridos hijos, también hoy os invito
a renovar la oración en vuestras familias.
Que con la oración y la lectura de la
Sagrada Escritura entre en vuestra fami-
lia el Espíritu Santo que os renovará. Así
os convertiréis en educadores de la fe en
vuestra familia. Con la oración y vuestro
amor el mundo irá por un camino mejor
y el amor comenzará a reinar en el mun-
do. Gracias por haber respondido a mi
llamada.”
Orar y amar
Estamos viviendo grandes aconteci-
mientos, y sin embargo, aunque nos emocio-
nan, no logran modificar nuestra vida. Así
ocurrió con el tsunami, así ocurrirá quizás
con las grandes masas que han llenado el
Vaticano con ocasión de la muerte de Juan
Pablo II y de la elección de Benedicto XVI.
La emoción, aunque sea sincera, si no trae
frutos de conversión es estéril y es como la
semilla caída en el camino o sobre las pie-
dras o entre las espinas (Mt 13, 18-23). La
emoción por sí sola no basta; puede afectar,
pero no lleva a término un proceso real de
promoción humana y mucho menos de con-
versión. Y esto ocurre con cualquier senti-
miento, cualquier patrimonio, por excelsos
que sean, del hombre que quiera prescindir
de la naturaleza propia del hombre querida
por Dios. Dios creó al hombre a Su imagen;
a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los
creó
(Gen 1, 27). Sólo el hombre (varón y
mujer) está llamado a compartir, en el cono-
cimiento y en el amor, la vida de Dios
(Catecismo de la Iglesia Católica, n. 356).
En esta llamada está la gran dignidad del
hombre. Buscar en otro lado las razones de
la dignidad de la persona humana es desfi-
gurar la imagen divina de la que el hombre
es portador y poner al hombre al nivel del
resto de criaturas. Olvidar el origen divino
del hombre es lo que fundamenta cualquier
tipo de violencia pública o privada, cual-
quier abuso, injusticia, todo pecado contra el
hombre y contra Dios.
¿Qué hacer? Hay que tomarse en serio
las invitaciones de María: decidirnos por
Dios,
escogerle a Él, vivir para Él. También
hoy os invito a renovar la oración en vues-
tras familias.
Sobre todo a renovar la ora-
ción,
es decir, no solamente retomar la ora-
ción sino rezar siempre de modo nuevo, no
cansado y distraído, sino vivo. Ciertamente
no es fácil y es algo que se aprende gradual-
mente: orando se aprende a orar. Luego,
oración en vuestra familia. Y esto no sólo
porque cuando dos o tres se reúnen en el
nombre de Jesús, Él está con ellos
(cfr Mt
18, 20) sino porque la familia es la célula
fundamental de la sociedad y es por eso que
desde ella debe comenzar toda recuperación
social. Que a través de la oración y la lec-
¡…TÚ ERES PEDRO!
Mayo - junio 2005 - Editado: por Eco di Maria, C.P.
27 31030 Bessica (TV)
(Italia) - Tel / fax 0423. 470331
A. 21, N° 5-6; Esd.a.p. art.2,com.20/c, leg.662/96 filiale di MN-Autor.tribun.MN: 8.11.86, ccp 14124226
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tura de la Sagrada Escritura entre en
vuestra familia el Espíritu Santo que os
renovará.
Tengamos muy presente esta
sugerencia, que es también un deseo, de
María. Oración y lectura de la Sagrada
Escritura
son una unidad inseparable por-
que es a través de la Escritura que nosotros
conocemos al Dios al que nos dirigimos y
esto vale tanto para el Antiguo como para el
Nuevo Testamento. Nuestro Dios es el Dios
de Abraham, de Isaac y de Jacob
y se ha
revelado a nosotros en Jesucristo. Quien
cree en mí
– dice Jesús – no cree en mí sino
en aquél que me ha enviado; quien me ve ve
a Aquél que me ha enviado
(Jn 12, 44-45) y
también quien me acoge, acoge a Aquél que
me ha enviado
(Jn 13, 20b).
Sólo en Jesús podemos conocer y encon-
trar a Dios; y la Escritura, en particular el
Nuevo Testamento, nos revela a Jesús. Que
en vuestra familia entre el Espíritu Santo
que os renovará.
Éste es el deseo de María
y esto acontecerá. El Espíritu nos renovará
en el amor, nos dará a Jesús, nos llevará cer-
ca del Padre. Así la familia será modelo del
misterio trinitario de la Vida de Dios, como
afirma Juan Pablo II (Carta a las familias,
n.6). Vivificados y renovados por el Espíritu
seremos capaces de enseñar la fe en la
familia
y de colaborar en la construcción de
la civilización del amor profetizada por Juan
Pablo II en la Carta antes citada.
N.Q.
“Cuando sea elevado de la tierra
atraeré a todos hacia mí”
Lo decía Jesús para anunciar aquel
incomprensible e inesperado momento de
salvación, cuando en la cruz Él iba a catali-
zar sobre sí la mirada de todos los hombres.
Tanto la mirada pagana de los romanos
como la asesina de los que le iban a crucifi-
car. Tanto la mirada indiferente y curiosa de
los transeúntes como la del ladrón arrepenti-
do a su derecha. Tanto la mirada contempla-
tiva de Juan como la de María, Madre doli-
da. Y a través de estos ojos fijos en aquél
que “no tiene apariencia ni belleza para
atraer nuestras miradas”
(Is 53, 2) Jesús
llegó a su corazón y lo cambió.
Lo mismo puede decirse de nuestro
anciano y amado Papa, Juan Pablo II, que en
los últimos días de su vida, mientras su
cuerpo estaba cada vez más atacado por el
mal, atraía la atención de todo el mundo:
sobre él, sobre su sufrimiento, sobre la ven-
tana desde la que se asomaba para conceder
apenas un gesto, una bendición, una sonrisa,
con las pocas fuerzas que le quedaban.
Todos miraban su cruz, llevada con dig-
nidad, con esa misteriosa realeza que nace
de una inmensa humildad: cristianos y
no cristianos, creyentes y agnósticos,
ancianos y niños… El mundo quedó
casi en suspenso cuando el viejo Papa
realizaba sus últimos pasos hacia la
cima de su Calvario personal para lue-
go apagarse en paz, abandonado total-
mente en las manos del Padre, en la
cruz de su enfermedad.
Misterio de la fe, misterio de la
Cruz…
El Santo Padre ha vivido este miste-
rio y nos lo ha enseñado. A los jóvenes
que se preparaban para la Jornada de la
Juventud, les dijo el Domingo de
Ramos: “Queridísimos jóvenes, esta
fiesta contiene una gracia especial, la del
gozo unido a la Cruz, que resume el miste-
rio cristiano…
Sed en todas partes testigos
de la Cruz gloriosa de Cristo. ¡No tengáis
miedo!”
Karol Wojtyla ha sido siempre testi-
monio de esto, gracias incluso a las cámaras
que estaban siempre fijas en él y en su sufri-
miento, llevada fielmente al Crucificado.
Bastaba mirarlo el Viernes santo cuando des-
de su capilla seguía la procesión del Via
Crucis
con la cruz abrazada entre sus manos
y con el rostro de Jesús a pocos centímetros
del suyo, casi cogiéndose a Él.
“Cuando sea elevado de la tierra atrae-
ré a todos hacia mí!” Lo repetimos, como si
quisiese subrayar con fuerza la paradoja, en
el momento de mayor debilidad e impoten-
cia es cuando más observado y admirado
fue. ¡Y por lo tanto, más poderoso!
“Estoy contento…”
“Estoy contento, estadlo también voso-
tros. Oremos juntos con alegría. Confío
todo alegremente a la Virgen María”.
Éstas
son las últimas palabras que Juan Pablo II,
con un gran esfuerzo y ayudado por su
secretario el padre Stanislao, escribió en una
nota dirigida a sus colaboradores. Igual que
a un Cordero degollado (cfr Ap) unos días
antes le habían abierto la garganta con una
intervención de traqueotomía para dejarle
respirar mejor. Una operación que sin
embargo le privó hasta de la posibilidad de
hablar, o mejor, de decirnos aún cuánto nos
amaba.
Como “cordero mudo y…” (cfr 8, 32)
Así se dejó conducir por Dios a la última
estación de su Via Crucis. Un papa con la
voz mutilada, y que sin embargo consiguió
hablar al mundo de forma clara y audible
para todos. Un silencio elocuente el suyo, un
silencio sonoro, que supo hablar directa-
mente a los corazones, más allá de cualquier
fórmula y convención, en el lenguaje mudo
del AMOR. Como Jesús, en aquel último
acto de su Pasión.
“Estoy contento”, escribía el Papa, como
si quisiese decirnos que en aquel momento
usaba su propia cruz como un trampolín
para lanzarse a los brazos del Eterno. Su
gozo y su delicia.
En la culminación de una Pascua de
Misericordia
Murió al final de ese largo día pascual
que la liturgia celebra, el octavo, culmen del
Misterio cristiano de salvación que desem-
boca, por querer de Dios, en el Domingo de
la Misericordia.
Y aquí vale la pena detenerse, porque lo
que aparentemente puede aparecer como
una “coincidencia”, en realidad a la luz de
una fe más contemplativa se revela como un
clarísimo signo de Dios.
Poco después de que sonaran las primeras
Vísperas del segundo domingo de Pascua, el
Papa daba en la tierra su último aliento.
Desde siempre él había acogido el mensaje
que Dios había mandado a los hombres a tra-
vés de sor Faustina Kowalska – la religiosa
polaca que a principios del siglo XX, por
revelación mística había pedido el culto a la
Divina Misericordia y la institución de un día
dedicada a ésta: el domingo in Albis.
El joven Wojtyla, cuando volvía de la
fábrica donde trabajaba, se paraba todos los
días a orar en la capilla donde la religiosa
había recibido las revelaciones del mismo
Jesús. Con fidelidad el Papa había llevado
consigo también al Vaticano el amor hacia
esta mística y hacia el mensaje que ella
comunicó. Lo afirmó con fuerza, a pesar de
la casi excesiva prudencia de la Iglesia ante
una petición nacida de “revelaciones priva-
das”. Tenaz en su adhesión, el Santo Padre
consiguió realizar su sueño hace cinco años:
llevar al honor de los altares a sor Faustina
proclamándola santa y dar al domingo in
Albis
la vestidura solemne de la
Misericordia.
Para la historia: el Santo Padre murió a
las 21.37 del sábado 2 de abril. A las 20
horas en su estancia había comenzado la
celebración de la Santa Misa de la fiesta de
la Divina Misericordia. Tras haber recibido
el Santo Viático y, una vez más, el
Sacramento de la Unción de los Enfermos,
pronunció su ¡AMÉN! y partió hacia las
moradas eternas… ¡Cómo no ver en todo
esto la firma de Dios!
Sobre esto Joseph Ratzinger comentó
más tarde: “La luz y la fuerza de Cristo resu-
citado se han irradiado en la Iglesia por
aquella especie de “última misa” que él
celebró en su agonía, culminada en el Amén
de una vida enteramente ofrecida, por medio
¡GRACIAS PAPA WOJTYLA!
La fiesta de la Misericordia
Jesús habló por primera vez del deseo de
instituir esta fiesta a sor Faustina en 1931:
“Yo deseo que haya una fiesta de la
Misericordia. Deseo que la imagen, que pin-
tarás con el pincel, sea solemnemente ben-
decida el primer domingo después de
Pascua; este domingo debe ser la fiesta de
la Misericordia”.
En los años siguientes
Jesús volvió a hacerle esta petición en 14
apariciones.
La grandeza de esta fiesta queda probada
en las promesas: “Ese día, quien se acerque a
la fuente de la vida conseguirá la remisión
total de las culpas y de las penas” – dijo Jesús.
Una gracia particular está ligada a la
Comunión recibida ese día de forma dig-
na: “la remisión total de las culpas y los
castigos
”.
Esta gracia – explica don I.
Rozycki – “es algo decididamente más gran-
de que la indulgencia plenaria. Esta última
consiste de hecho sólo en la remisión de las
penas temporales, merecidas por los peca-
dos cometidos. Sin embargo, en estas pro-
mesas Cristo ha vinculado el perdón de los
pecados y de los castigos con la Comunión
recibida en la fiesta de la Misericordia, es
decir, desde este punto de vista la ha eleva-
do al rango de “segundo bautismo”.
Red.
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del Corazón Inmaculado de María, por la
salvación del mundo”.
Héme aquí, soy el siervo del Señor
Cuando los restos del Papa entraban
triunfalmente en San Pedro atravesando la
masa de gente que había acudido a la plaza
para aplaudirlo, la Iglesia celebraba la fiesta
de la Anunciación – día en el que el Verbo
de Dios, entrando en el seno de la Virgen, se
despojó de su divinidad para asumir nuestra
humanidad.
Aquel mismo día el Santo Padre entraba
en el seno materno de la Iglesia tras haberse
despojado de su propia humanidad para
entrar en la divinidad reservada a los santos.
El Verbo divino entró en María para hablar a
los hombres. Juan Pablo
ahora volvía a entrar en la
Iglesia, de la que María es
madre, tras haber hablado
mucho a los hombres.
Antonio Socci escribe: “Era
un compromiso de amor
fiel. Ha sido un “totus tuus”
hasta el final. Cada día de
su vida ha renovado la
declaración de amor a la eternamente joven
reina: María. Cuando la operación le quitó la
voz, al despertarse escribió en un papelito:
“¿Pero qué me han hecho?”. “Sin embargo”
añadió “yo soy siempre totus tuus”.
Dicen los seis videntes de Medjugorje
que un día la Virgen besó tiernamente
delante de ellos la foto de Karol Wojtyla
(la imagen estaba en un muro de aquella
habitación) y dijo que había sido ella misma
quien lo había escogido para la Iglesia y
para el mundo”.
El grano de trigo que muere da mucho fruto
Muchos han orado. Quizás todos. Cada
uno a su modo. También un pensamiento de
estima y de afecto dirigido en aquellos días
al Santo Padre resonaba como una oración
en el corazón de Dios.
Éste es el primer fruto de su muerte: la
gente ora, el mundo ora… Se habla de Dios,
del Evangelio, del ejemplo que el Papa pola-
co nos ha dado para vivirlo con extrema
fidelidad y valentía, sin componendas ni
medias tintas. Él decía a Cristo. Él llevaba a
Cristo…
El miércoles: ¡qué audiencia!
Éste es el título impreso con letras
mayúsculas en el Osservatore Romano (el
periódico de la Santa Sede) que acompaña-
ba la foto de los restos de Juan Pablo II.
Junto a ésta otra foto que representaba la
riada de peregrinos que
habían acudido a home-
najearle, y que durante
días acudió a la Basílica
vaticana. Venían de
todas partes e, indiferen-
tes al cansancio, sopor-
taban durante muchas
horas una larguísima fila
con tal de acompañarlo.
También aquel miércoles – día en el que
Juan Pablo II acostumbraba a tener su
audiencia pública. Era una “audiencia uni-
versal”, que tenía como aula el mundo y
como auditorio a la humanidad entera. Esta
vez la ha hecho con la boca cerrada. Pero no
podía haber sido más claro.
“Nunca se publicará en los periódicos.
Para leerla hay que consultar el vocabulario
del corazón. Para comprenderla, es necesa-
ria la gramática de la fe”, decía el periódico.
Recapitulados en Cristo
Dos millones de personas participaron en
sus funerales. Se apiñaban en todas las vías
adyacentes al Vaticano, además de en las
principales plazas romanas provistas de pan-
tallas gigantes. 200 delegaciones extranjeras
de soberanos y jefes de estado, junto a los
representantes de varias religiones corona-
ban el austero ataúd, despojado de cualquier
oropel y apoyado directamente en la tierra.
En la cubierta sólo un Evangelio abierto,
cuyas páginas el viento abría libremente has-
ta cerrarlo, como dicien-
do: todo está cumplido,
cada palabra está dicha.
El mundo estaba reco-
gido en torno a él. Hasta
los grandes y poderosos
de la tierra aparecían
pequeños e indefensos
frente al auténtico “Grande”. Pero no era un
cuerpo exánime lo que atraía a la gente, aun-
que perteneciese a uno de los hombres más
grandes del siglo XX. No, el mundo en él
veía a Otro, Aquél a quien Juan Pablo II a lo
largo de toda su vida nos ha señalado:
“¡abrid las puertas a Cristo!”, continuaba
diciéndonos. Y al final lo consiguió.
“Recapituló a todos en Jesús” mientras ellos,
atentos, velaban su cuerpo sin vida.
¡Santo ya!
Muchas pancartas aquel día llevaban
escrito: “¡Santo ya!”, como si quisiesen
“obligar” a la Iglesia a canonizar al Santo
Padre, saltándose todas los procesos habi-
tuales. Por aclamación. Naturalmente esto
es posible. Pero el Card. Ratzinger, que hoy
es el nuevo Papa, en su homilía de algún
modo anticipó un éxito casi seguro:
“Podemos estar seguros que nuestro ama-
do Papa está ahora en la ventana de la
casa del Padre,
nos ve y nos bendice. Sí,
bendícenos, Santo Padre. Nosotros enco-
mendamos tu preciosa alma a la Madre de
Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y
te conducirá ahora a la gloria eterna de Su
Hijo, Jesucristo nuestro Señor. Amén.”
Stefania Consoli
La Virgen a Mirjana:
“¡Os pido que renovéis la Iglesia!”
La mañana de aquel sábado en que
murió el Santo Padre, como el 2
de cada mes, Mirjana Soldo
recibió su aparición y rezó con
María Santísima por los no cre-
yentes. La atmósfera estaba car-
gada de emoción, sabiendo que
el Santo Padre estaba entre la
vida y la muerte. La asamblea
rezó con gran fervor justo en el
momento de la aparición, con-
fiándolo a la Madre de Dios.
Cuando acabó la aparición,
Mirjana compartió con todos
estas palabras: “La Gospa nos ha
bendecido a todos con su
Bendición Maternal. La Virgen
ha dicho que la bendición más
grande que podemos recibir en la tierra
es la de un sacerdote.
Bendijo también
todos los objetos que llevábamos encima.
Luego la Gospa dijo: “En este tiempo os
pido que renovéis la Iglesia”.
Yo (Mirjana)
le respondí: “¡Ésta es una gran petición!
¿Seré capaz de llevarla a cabo? ¿Seremos
capaces? Entonces la Virgen dijo: “Pero
queridos hijos, ¡yo estaré con vosotros!
¡Mis apóstoles, yo estaré siempre con voso-
tros y os ayudaré” Ante todo renovaos voso-
tros mismos, renovad vuestras familias y
luego todo será más fácil”
. Yo entonces le
respondí: “¡Madre, sólo quédate con noso-
tros!”
Luego Mirjana nos dijo que le había
hecho una pregunta a la Virgen sobre el
Papa, pero que Ella no le respon-
dió. En cambio, lo que hicieron es
rezar juntas por Él.
El Papa se apareció
a Iván junto a la Gospa
El 2 de abril, Ivan Dragicevic
se encontraba en una parroquia de
New Hampshire en Estados
Unidos, y por la diferencia horaria
con Europa, tuvo la aparición
pocas horas después de la muerte
del Papa. Explicó que cuando la
Virgen se le apareció, estaba sola como de
costumbre, pero enseguida se apareció
también el Santo Padre a la izquierda de
la Virgen.
Iba con una larga vestimenta
blanca y un manto dorado. Iván dijo que
parecía muy joven y que tanto Él como la
Virgen estaban muy felices (se sonreían).
Según Iván, todo era de una belleza indes-
criptible. María Santísima dijo a Iván: “¡Él
es mi hijo; está conmigo!”.
Sabemos que el Santo Padre deseaba
venir a Medjugorje, si hubiese sido invita-
do por la diócesis. Lo que Ivan ha visto no es
más que un destello de lo que será Su minis-
terio en Medjugorje. En una carta manuscri-
ta del Papa a una amiga suya de Cracovia, en
respuesta al testimonio que ella le había
enviado después de una peregrinación, a
propósito de los frutos que Medjugorje había
producido en su vida, el Papa le respondió
que todos los días también él en su corazón
hacía una peregrinación a Medjugorje,
uniendo sus oraciones a los numerosos pere-
grinos que se reunían allí.
Vicka en Roma para el funeral
Vicka fue a Roma para el funeral del
Santo Padre, y desde las 8 de la mañana has-
ta las 13 horas la vidente oró ininterrumpi-
damente. Recordemos que había tenido
varios encuentros con él acompañando a
enfermos y minusválidos bosnios para reci-
bir Su bendición. El Santo Padre también la
bendijo cuando fue a Roma con su marido
enseguida después de casarse en
Medjugorje. Vicka nos ha invitado siempre
a rezar mucho por el Santo Padre y por la
Iglesia.
Sor Emmanuel
Noticias de la tierra bendita
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Querer encontrar a toda costa similitu-
des con la presencia de la Reina de la Paz en
Medjugorje podría parecer forzado. Sin
embargo eran las 18:43 – la hora de la apa-
rición de la Virgen –
cuando el Cardenal
Protodiácono dio el solemne anuncio al pue-
blo: ¡Habemus Papam! Y a los pocos
minutos el card. JOSEPH RATZINGER
aparecía para el mundo por primera vez con
las vestiduras papales y con una emoción
evidente que dejaba traslucir su profunda
sensibilidad.
Y no sólo eso. Era 1981 el año en que el
cardenal alemán fue nombrado por Juan
Pablo II, Prefecto de la Congregación
para la Doctrina de la Fe
, un encargo que
lo iba a tener durante 24 largos años junto al
Santo Padre como fiel custodio de la fe
católica en un período en el que delicadas
cuestiones morales cuestionaban su integri-
dad. Y como todos ya sabemos aquél era el
año en el que María aparecía por prime-
ra vez
en el pequeño pueblo herzegovino.
Dejemos en el Corazón de Dios la interpre-
tación de esto, pero después de un Papa que
fue “todo de la Virgen” es consolador iden-
tificar rasgos de Ella en su sucesor.
Humilde trabajador en la viña del Señor
«Queridos hermanos y hermanas: des-
pués del gran Papa Juan Pablo II, los seño-
res cardenales me han elegido a mí, un sim-
ple y humilde trabajador de la viña del
Señor”.
Éstas son las palabras con las que el
nuevo Pontífice saludó a los miles de fieles,
reunidos velozmente en la Plaza de San
Pedro después de que la “fumata blanca”
salió de la chimenea de la Capilla Sixtina,
seguida por el repicar de campanas festivo
de todas las campanas romanas. “Me con-
suela el hecho de que el Señor sabe trabajar
y actuar incluso con instrumentos insuficien-
tes, y sobre todo me encomiendo a vuestras
oraciones. En la alegría del Señor resucita-
do, confiando en su ayuda continua, sigamos
adelante. El Señor nos ayudará y María, su
santísima Madre, estará a nuestro lado.
¡Gracias!»
Una exhortación humilde y sere-
na, que no avala ese apelativo que el carde-
nal había atraído sobre sí por su firmeza en
afrontar las espinosas cuestiones doctrinales:
“el gran inquisidor”, lo llamaban. Era temi-
do por muchos, y no siempre apreciado,
sobre todo en esos ambientes en los que se
aspiraba a una Iglesia más liberal que en rea-
lidad se arriesgaba a ser sólo “libertina”.
Brazo derecho de Wojtyla
Sin embargo, Juan Pablo II se fiaba cie-
gamente de él para afrontar todo lo que ame-
nazaba la ortodoxia de la fe. En la composi-
ción de numerosos documentos apostólicos
la sabiduría del teólogo bávaro proporciona-
ba la estructura sobre la que la vena creativa
y humana del Papa polaco tejía importantes
documentos destinados a la Iglesia. Un bino-
mio que ha dado mucho fruto, aunque por su
talante medido y poco comunicativo
Ratzinger ha sido también definido como el
“frigorífico de las ideas de Wojtyla”.Pero
esto no era así. Lo demuestra el hecho que en
los días en los que el Papa doliente estaba
preparándose para cruzar el umbral de la
eternidad, Ratzinger – decano del colegio
cardenalicio – orquestaba con seguridad
pero también con extrema dulzura y discre-
ción tanto los últimos actos del Pontífice y
sus exequias, ante el mundo atento y conmo-
vido, como los días fatídicos del Cónclave,
que lo han visto luego salir con las vestidu-
ras blancas del sucesor de Pedro.
“Recemos para que el cónclave dure poco”
Tuvo ocasión de decir a los periodistas.
Y así fue. Su nombre se barajaba en las pre-
visiones pero no se esperaba que ya en la
cuarta votación iba a ganar un consenso tan
amplio de los cardenales electores (eran
necesarios al menos 77 votos de los 115).
¡Fue pues elegido Papa en poco más de 24
horas!
Quién es verdaderamente este
hombre que tiene hoy en su mano las rien-
das de una Iglesia necesitada de renovarse y
de adquirir vigor, lo veremos con el tiempo.
Lo hemos conocido como teólogo excelen-
te, escritor, profesor. Ahora lo contemplare-
mos como un padre que necesitamos pro-
fundamente tras haber vivido la sensación
tremenda de sentirnos huérfanos con la
muerte de Juan Pablo II. Creo sin embargo
que el nuevo Pontífice nos sorprenderá,
sacando fuera las cualidades que su papel de
“guardián” en estos años no le han permiti-
do expresar en plenitud: la ya mencionada
dulzura, la cordialidad y la sencillez en los
gestos, la atención al individuo, la compren-
sión, la amabilidad, la sensibilidad a la
belleza que él expresa con su pasión por el
piano. Y luego la bondad, un atributo que el
Papa Wojtyla apreciaba muchísimo, además
de su fe y su inteligencia superior.
Me llamaré Benedicto XVI
Ha asombrado la elección del nombre.
Impensable. Sin embargo, conociéndolo
bien se pueden comprender las razones.
Vittorio Messori lo explica así: “Pablo VI
proclamó a San Benito de Nursia patrón de
Europa y, por lo tanto, la elección de este
nombre es una afirmación de cuáles son las
raíces cristianas de Europa
que la
Constitución de la Unión no ha querido reco-
nocer”. Otras voces refieren la elección a
otros predecesores suyos. Como el último
que lo llevó, Benedicto XV, en el siglo
Giacomo Della Chiesa (Papa desde 1914
hasta 1922) que pasó a la historia como el
Pontífice del no a la guerra y del sí a la espe-
ranza tras las tragedias que ésa trajo consigo.
¿Coincidencia o profecía?
Tendrá lugar en Alemania, en Colonia
precisamente, la próxima Jornada
Mundial de la Juventud.
Su tierra lo aco-
gerá, mientras que él acogerá a los jóvenes
que se reunirán allí procedentes de todo el
mundo. Los había convocado el anciano
Papa que durante todos estos años ha amado
tanto a los jóvenes, tanto que llegó a convo-
car para ellos este importante encuentro.
Pero será otro Papa el que se reunirá con
ellos. Uno que “juega en casa” y que segu-
ramente sabrá encontrar la manera de con-
quistar sus corazones con su originalidad
personal y con el deseo de no abandonar una
porción del mundo tan preciosa, como son
los jóvenes.
Los perseguidos y los perseguidores
Todos conocemos de qué manera los
horrores del siglo pasado han dejado una
huella profunda en la memoria de muchos
pueblos. El nazismo, sobre todo, ha infligido
heridas mortales en quien ha padecido su
loca prepotencia, Polonia particularmente.
Pero Dios en su bondad extrema ha querido
rescatar a los perseguidos de manera incon-
dicional llamando a los altares para un pon-
tificado tan largo a un Papa polaco, protago-
nista de la historia en aquellos años oscuros.
Sin embargo, la justicia de Dios no se sepa-
ra nunca de la misericordia. Y por eso hoy el
Señor ha querido rescatar también a los per-
seguidores escogiendo un Pontífice nacido
precisamente en tierra alemana y que en
aquel tiempo sufrió, como muchos coetáne-
os suyos, los efectos de la furia nazista. De
ese modo el Señor ha elevado a la misma
dignidad a ambos pueblos, reafirmando su
paternidad universal, que no lleva cuentas de
los méritos y defectos y que está pronta para
inclinarse ante todos sus hijos.
El mundo ha llorado. El mundo ríe…
Hemos visto cómo se llenaba la Plaza de
San Pedro durante días enteros por gente
variopinta y dolida, que acudió de todas par-
tes del mundo para saludar al viejo Pastor
apenas fallecido. Otra expresión marcaba
en cambio el rostro de las personas que acu-
dían en la tarde del 19 de abril para acoger
el anuncio del nuevo Pontífice
: una expre-
sión llena de gozo y de espera, de esperanza
y de nuevo nacimiento. Y todo esto en el
Tiempo de Pascua y de primavera, esto es,
tiempo de despertar y de novedad. Juan
Pablo II ha muerto como el grano de trigo
para dar aún mucho fruto. Benedicto XVI es
el primero entre muchos de esta rama fecun-
da. Nos ha sido dado para que cada uno de
nosotros podamos alimentarnos.
¡El mundo lo aplaude!
Se le aplaude mientras él sorprende a
todos sumergiéndose en auténticos “baños
de multitud” imprevistos por el protocolo,
distribuyendo tímidas pero felices sonrisas,
saludando con las manos y uniéndolas ante
sí con el gesto exultante de los deportistas
victoriosos. Está conquistando los corazo-
nes, con gestos sencillos y medidos pero
cargados de ternura hacia las ovejas que le
han sido confiadas.
El día de la entronización estaba
radiante, con su presencia, aristocrática y al
mismo tiempo humildísima. Como un men-
digo, el nuevo Pontífice continúa pidiendo
oraciones, apoyo y amistad para llevar a
cabo con responsabilidad su nueva misión,
subrayando siempre su incapacidad. Sin
embargo, las palabras de sus homilías son
netas, casi afiladas y no dejan lugar a falsos
compromisos.Es por nuestro bien. El Papa
Wojtyla durante muchos años ha atraído y
abierto los corazones de muchos hombres.
Hoy este Papa los formará a través de su
sabiduría docta que sabe transmitir de
manera comprensible para todos.
Acojámoslo en nuestro corazón para apo-
yarlo en este encargo tan intenso e impor-
tante. Oremos por él y amémosle. Será
nuestra manera de dar gracias a Dios por no
habernos dejado solos. S.C.
Habemus Papam!
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Benedicto XVI
“¡Sostenedme!”
DE LA PRIMERA HOMILÍA:
“¡No tengas miedo!”
En mi espíritu conviven en estos
momentos dos sentimientos opuestos. Por
una parte, un sentimiento de incapacidad y
de turbación humana por la responsabilidad
que ayer me fue confiada, y una profunda
gratitud a Dios, que no abandona nunca a su
rebaño, sino que lo conduce a través de las
vicisitudes de los tiempos. Esta íntima grati-
tud por el don de la misericordia divina pre-
valece en mi corazón, a pesar de todo. Y lo
considero como una gracia especial que me
ha obtenido mi venerado predecesor Juan
Pablo II. Me parece sentir su mano fuerte
que estrecha la mía; me parece ver sus ojos
sonrientes y escuchar sus palabras, dirigidas
en este momento particularmente a mí:
“¡No tengas miedo!”.
Que Cristo supla mi pobreza
Contra todas mis previsiones, la divina
Providencia, a través del voto de los venera-
dos padres cardenales, me ha llamado a suce-
der a este gran Papa. Si es enorme el peso de
la responsabilidad que cae sobre mis débiles
hombros, sin duda es inmensa la fuerza divi-
na con la que puedo contar. El Señor ha que-
rido que sea su Vicario. A Él le pido que supla
la pobreza de mis fuerzas, para que sea
valiente y fiel pastor de su rebaño, siempre
dócil a las inspiraciones de su Espíritu.
Que no resplandezca mi luz
Al iniciar su ministerio, el nuevo Papa
sabe que su misión es hacer que resplandez-
ca ante los hombres y las mujeres de hoy la
luz de Cristo: no su propia luz, sino la de
Cristo.
A vosotros jóvenes va mi abrazo
A la espera de encontrarme con vosotros
en Colonia, con ocasión de la próxima
Jornada mundial de la Juventud. Con voso-
tros, queridos jóvenes, que sois el futuro y la
esperanza de la Iglesia y de la humanidad,
seguiré dialogando, escuchando vuestras
expectativas para ayudaros a conocer cada
vez con mayor profundidad a Cristo vivo,
que es eternamente joven.
EL DÍA DEL INICIO
DEL MINISTERIO PETRINO
El V Domingo de Pascua Benedicto XVI
presidió, con la participación de medio
millón de fieles, la Santa Misa de inicio ofi-
cial de Su ministerio petrino:
¡Es inaudito, pero no estoy solo!
En este momento, yo, débil siervo de
Dios, he de asumir este cometido inaudito,
que supera realmente toda capacidad huma-
na. ¿Cómo seré capaz de llevarlo a cabo? En
mí se reaviva esta conciencia: no estoy solo.
No tengo que llevar yo solo lo que, en reali-
dad, nunca podría soportar yo solo. La
muchedumbre de los santos de Dios me pro-
tege, me sostiene y me conduce.
¡La Iglesia está viva!
Precisamente en los tristes días de la
enfermedad y la muerte del Papa, algo se ha
manifestado de modo maravilloso ante
nuestros ojos: que la Iglesia está viva. Y la
Iglesia es joven.
La Iglesia está viva, porque Cristo está
vivo, porque Él ha resucitado verdadera-
mente. En el dolor que aparecía en el rostro
del Santo Padre en los días de Pascua,
hemos contemplado el misterio de la pasión
de Cristo y tocado al mismo tiempo sus
heridas. Pero en todos estos días también
hemos podido tocar, en un sentido profundo,
al Resucitado. Hemos podido experimentar
la alegría que él ha prometido, después de
un breve tiempo de oscuridad, como fruto
de su resurrección”.
Mi gobierno será: hacer Su voluntad
En este momento no necesito presentar
un programa de gobierno. Mi verdadero
programa de gobierno es no hacer mi volun-
tad, no seguir mis propias ideas, sino poner-
me, junto con toda la Iglesia, a la escucha de
la palabra y de la voluntad del Señor y dejar-
me conducir por Él, de tal modo que sea él
mismo quien conduzca a la Iglesia en esta
hora de nuestra historia.
DOS SÍMBOLOS SELLAN
EL PAPADO: EL PALIO
El palio es un signo antiquísimo que
indica la autoridad del Obispo y su unión
con la Sede de Pedro. Está tejido con lana de
corderos y ovejas. Lleva impresas cinco cru-
ces rojas – que simbolizan las cinco llagas
del crucificado – y tres clavos, como los cla-
vos que lo llevaron a su cruz.
Lo acojo como el yugo de Cristo
Este signo antiquísimo, que se me pone
sobre los hombros, puede ser considerado
como una imagen del yugo de Cristo, que el
Obispo de esta ciudad, el Siervo de los
Siervos de Dios, toma sobre sus hombros.
El yugo de Dios es la voluntad de Dios que
nosotros acogemos. Y esta voluntad no es
un peso exterior, que nos oprime y nos pri-
va de la libertad. Conocer lo que Dios quie-
re, conocer cuál es la vía de la vida, era la
alegría de Israel, su gran privilegio. Ésta es
también nuestra alegría: la voluntad de
Dios, en vez de alejarnos de nuestra propia
identidad, nos purifica – quizás a veces de
manera dolorosa – y nos hace volver de este
modo a nosotros mismos.
Tomo a mi cargo las ovejas
La lana de cordero representa la oveja
perdida, enferma o débil, que el pastor lleva
a cuestas para conducirla a las aguas de la
vida. La humanidad –todos nosotros– es la
oveja descarriada en el desierto que ya no
puede encontrar la senda. Él es el buen pas-
tor, que ofrece su vida por las ovejas. El
Palio indica primeramente que Cristo nos
lleva a todos nosotros. Pero, al mismo tiem-
po, nos invita a llevarnos unos a otros.
Demasiados desiertos
Demasiadas personas viven en el desier-
to. Y hay muchas formas de desierto: el
desierto de la pobreza, el desierto del hambre
y de la sed; el desierto del abandono, de la
soledad, del amor quebrantado. Existe tam-
bién el desierto de la oscuridad de Dios, del
vacío de las almas que ya no tienen concien-
cia de la dignidad y del rumbo del hombre.
Los desiertos exteriores se multiplican en el
mundo, porque se han extendido los desier-
tos interiores. La Iglesia en su conjunto, así
como sus Pastores, han de ponerse en cami-
no como Cristo para rescatar a los hombres
del desierto y conducirlos hacia Aquel que
nos da la vida, y la vida en plenitud.
¡No redime el poder, sino el amor!
Éste es el distintivo de Dios: Él mismo
es amor. ¡Cuántas veces desearíamos que
Dios se mostrara más fuerte! Que actuara
duramente, derrotara el mal y creara un
mundo mejor. Todas las ideologías del
poder se justifican así, justifican la destruc-
ción de lo que se opondría al progreso y a la
liberación de la humanidad. El Dios, que se
ha hecho cordero, nos dice que el mundo se
salva por el Crucificado y no por los que le
crucifican. El mundo es redimido por la
paciencia de Dios y destruido por la impa-
ciencia de los hombres.
Rogad para que aprenda a amar a Dios
En este momento sólo puedo decir: rogad
por mí, para que aprenda a amar cada vez
más al Señor. Rogad por mí, para que apren-
da a querer cada vez más a su rebaño, a voso-
tros, a la Santa Iglesia, a cada uno de voso-
tros, tanto personal como comunitariamente.
Rogad por mí, para que, por miedo, no huya
ante los lobos. Roguemos unos por otros para
que sea el Señor quien nos lleve y nosotros
aprendamos a llevarnos unos a otros.
Y EL ANILLO DEL PESCADOR
El Anillo lleva sellada la imagen de San
Pedro y la barca con la red, y tienen el sig-
nificado particular del anillo-sello que
autentifica la fe y significa la misión confia-
da a Pedro de confirmar a sus hermanos.
En un mar de sufrimiento
Los hombres vivimos alienados, en las
aguas saladas del sufrimiento y de la muer-
te; en un mar de oscuridad, sin luz. La red
del Evangelio nos rescata de las aguas de la
muerte y nos lleva al resplandor de la luz de
Dios, en la vida verdadera.
En la misión de pescador de hombres,
siguiendo a Cristo, hace falta sacar a los
hombres del mar salado por todas las alie-
naciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la
luz de Dios. Así es, en verdad: nosotros
existimos para enseñar Dios a los hombres.
Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios
vivo, conocemos lo que es la vida.
¡No tengáis miedo que os quite algo!
¿Acaso no tenemos todos de algún modo
miedo –si dejamos entrar a Cristo totalmen-
te dentro de nosotros, si nos abrimos total-
mente a él–, miedo de que él pueda quitar-
nos algo de nuestra vida? ¿No corremos el
riesgo de encontrarnos luego en la angustia
y vernos privados de la libertad?
¡No! quien deja entrar a Cristo no pierde
nada, nada –absolutamente nada– de lo que
hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo
con esta amistad se abren las puertas de la
vida. Sólo con esta amistad se abren real-
mente las grandes potencialidades de la con-
dición humana. Sólo con esta amistad experi-
mentamos lo que es bello y lo que nos libera.
Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y
gran convicción, a partir de la experiencia de
una larga vida personal, decir a todos voso-
tros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de
Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien
se da a él, recibe el ciento por uno. ¡Sí, abrid,
abrid de par en par las puertas a Cristo, y
encontraréis la verdadera vida!”
Renuevo mi promesa de fidelidad
Sólo quiero servirle a Él dedicándome
totalmente al servicio de su Iglesia. Para
sostener esta promesa invoco la intercesión
maternal de María Santísima, en cuyas
manos pongo el presente y el futuro de mi
persona y de la Iglesia.
Que intercedan
también con su intercesión los Santos
Apóstoles Pedro y Pablo y todos los Santos.
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dos y sedientos mendigos del absoluto.
Entonces la teología no es una doctrina fría,
vacía. No es el aristocrático amor a la sabi-
duría, como lo es la filosofía.
La teología es la sabiduría del amor, la
intención de decir con palabras la vivencia
de la caridad, de contagiar, de suscitar en la
historia de los hombres humildes las histo-
rias cotidianas de amor a partir de aquella
santa explicación del Amor Crucificado en
el que el Dios Santo, tres veces santo, nos
reveló Su Corazón.
El teólogo es aquel que habla de Dios
explicando el amor. Es aquél que mantiene
encendida en el corazón de la Iglesia la
memoria de la historia del amor que fue dicha
en el silencio del Viernes Santo. Por esto la
teología se desarrolla en el clima del silencio,
de la adoración, de la escucha y enciende el
deseo de las cosas venideras y nuevas.
San Juan de la Cruz escribe en uno de
sus textos menores estas palabras: “El Padre
pronunció una Palabra que fue su Hijo y
siempre la repite en un eterno silencio. Por
eso, ésta debe ser escuchada por el alma en
silencio”. La teología se hace en el silencio
de la adoración, en la acogida humilde del
Espíritu en el corazón de los creyentes.
Teología de este modo – y sólo de este
modo – desencierra los horizontes en la
noche del mundo, señala esa Patria futura de
la que ella es conocimiento, como decía san-
to Tomás, vespertina, esto es el conocimien-
to de la penumbra de la tarde porque la luz
clara del día, el Día lleno de amor, todavía
debe llegar.
Nosotros esperamos otro tiempo y
otra Patria. Somos peregrinos hacia la ciu-
dad de Dios y esto ilumina nuestro corazón
de esperanza infinita. Acabo con la defini-
ción que Kierkegaard, un gran testigo de la
fe en el tiempo de la modernidad, dio del
profesor de teología: “El profesor de teolo-
gía es uno que es tal porque otro ha muerto
crucificado por él”.
El Maestro es Cristo, vivo en su
Iglesia, en la comunión de sus pastores. El
teólogo es un buscador del Misterio en esta
Iglesia que amamos, para testimoniar lo que
nos ha sido dado gratuitamente – así nos ha
sido dado - y para encender el deseo de
seguir buscando y seguir escribiendo las his-
torias de la caridad en las vicisitudes de los
hombres.
Amemos siempre a la Iglesia. Entonces,
la historia de nuestra caridad contagiará a
muchos y transformará el corazón del mundo.
Permanezcamos siempre en la historia del
amor, en la comunión pobre y crucificada con
esta Iglesia que, a pesar de todas sus culpas y
carencias, es la bella Esposa del Señor.
Concluyo con una imagen que a primera
vista parecerá extraña, pero que es muy anti-
gua y bella. Los padres de la Iglesia decían
que la Iglesia es la luna… Sí, la luna. ¿Por
qué? Porque como la luna no brilla por sí
misma sino que brilla por la luz única del
sol, asimismo la Iglesia no debe brillar por sí
misma, sino que debe brillar en la noche del
mundo de la luz de Cristo. Toda la Iglesia
refiere a Él. Nosotros no hablamos de noso-
tros mismos. Nosotros no nos anunciamos a
nosotros mismos, sino a Él, el Señor de
nuestra vida, el Amor crucificado de Dios
que ha convertido nuestro corazón y nos ha
hecho sus testigos. En el silencio lo contem-
plamos y lo adoramos. Ésta es la Iglesia-
luna… ¡La historia de la luna es la historia
de la Iglesia!
Bruno Forte
(de una grabación)
Entre el cielo y la tierra
Suspendidos en mitad del aire. Ni arri-
ba ni abajo. Ni en el cielo ni en la tierra.
Misteriosamente colocados en esa dimen-
sión donde falta todo apoyo terreno, pero
donde está también ausente la levedad de las
cosas celestes. Es un punto vital desapegado
de todo, en el que cada cosa interrumpe su
curso. Es el espacio en el que se vive la
cruz.
Es allí donde nos encontramos cuando
la realidad se presenta distinta de nuestros
deseos y esperas. De las lógicas y de las
necesidades. Allí, “entre el cielo y la tierra”.
Sorprendentemente suspendidos.
¿Qué es lo que entonces nos mantiene
en esa extraña altura? ¿Qué es lo que hace
posible el improbable equilibrio? ¿Son fuer-
zas escondidas o desconocidas? ¡Qué va! Es
solamente un único, pequeño y potente “sí”.
Una adhesión libre pero decisiva a esta posi-
ción incómoda. Una especie de “gancho”
que nos sostiene.
¿Pero por qué? ¿Por cuánto tiempo?
¿Por quién? – grita el profundo malestar,
que en ese momento nos estruja las vísceras.
De hecho es difícil aguantar cuando la pro-
pia “normalidad” queda interrumpida y no
se ha llegado todavía “más allá”, a esa
dimensión de paz que nace admirablemente
de la muerte. Es una condición de malestar
que no podemos controlar. Ni determinar. Es
cosa de Dios. Sólo Él puede hacerlo.
Nosotros sólo podemos esperar. Invocar y
creer. Llorar y amar.
En este estado de suspensión, de hecho,
parece que el único órgano en movimiento
sea el corazón.
Todos los demás se han vuel-
to improvisadamente ausentes y silenciosos.
Como paralizados. Un sentido de soledad
profunda nos rodea, mientras que con aflic-
ción advertimos la separación de los demás
hombres, que quien sabe por qué nos apare-
cen con los pies bien plantados en tierra.
Miramos a lo alto, y también el cielo nos
aparece más lejano que de costumbre.
En ese punto una sutil desolación se
dibuja en el umbral de nuestra alma,
como un buitre dispuesto a arrancarnos los
jirones de la única paz que quizás nos que-
daba. ¿Qué hacer? ¿Ceder a la tristeza y a la
pesadumbre? ¿O bien, con un esfuerzo de fe
echar la mirada más allá de los límites de
nuestro pensamiento y más allá de todo sen-
timiento? Sí, porque basta desplazar la aten-
ción unos cuantos centímetros, para darse
cuenta de que a esa altura – suspendido en
medio del aire – hay Alguien más.
Está allí, también Él “entre el cielo y la
tierra”. Nos mira y nos ama. O mejor, se
ofrece, con la esperanza de que el Padre aco-
ja sus íntimos suspiros y los transforme en
gotas de salvación. Por nosotros y por los
demás. Es el Crucificado perenne. La
Víctima inmaculada y sin mancha. Aquél que
en cada Misa sube a ese podio de gloria para
iniciar siempre nuevos procesos de resurrec-
ción. Cada vez desde el principio. Cada vez
solo, en un memorial largo y eterno.
Un extraño alivio nos rodea, mientras
la punzada que traspasaba el corazón se con-
vierte extrañamente en dulzura. Un placer
sutil en el que demorarse.Y entonces vis-
lumbramos otro apoyo. Es Su costado –
abierto y generoso -. El temor inicial se con-
vierte en consuelo. La pena, en deleite
incomprensible. Nuestra situación no cam-
bia, pero ahora cobra sentido. Y cada cosa
pierde su contorno, mientras que el corazón
se extiende hasta el infinito.
Stefania Consoli
Fue él quien me ordenó obispo
Recuerda aún con afecto y reconoci-
miento aquel día en el que el card. Ratzinger
le impuso las manos sobre la cabeza: “Fue
capaz de hablar tocando el corazón de todos,
y era inmensa la multitud de gente sencilla
que se dejaba alcanzar por la belleza y la
verdad de una palabra de fe vivida. Me sur-
gió espontáneamente decirle, aquella tarde –
explica el arzobispo Bruno Forte -, que si
en aquel momento hubiese habido una elec-
ción por aclamación, aquel pueblo de miles
de personas lo hubieran aclamado Papa”.
Teólogo como él y profesor de prestigio,
Mons. Forte, actual Obispo de Chieti-Vasto,
comenta: “Será el Papa de la verdad del
amor,
de quien el mundo hoy tiene una gran
necesidad. De la verdad porque el relativis-
mo que se disemina, especialmente en el
campo moral, es la carcoma de las concien-
cias. Del amor, porque la multitud de sole-
dades, que es lo que consiste a menudo la
sociedad post-moderna, tiene una gran nece-
sidad y nostalgia”.
El mismo Ratzinger en la homilía de pre-
paración para el Cónclave ha puesto de
manifiesto estos dos elementos, casi como
una bandera de su inminente (e inesperado)
pontificado: “El Card. Ratzinger ha sido
completamente él mismo, continúa Bruno
Forte, sin minimizar nada de lo que lo carac-
teriza: también en esto, honesto hasta el
final. Las dos palabras clave de ese discurso
han sido: ¡verdad y misericordia! No se pro-
clama la verdad en contra de alguien, sino
por amor a todos.
No se ama verdadera-
mente a los demás si se hacen rebajas sobre
la verdad que libera y salva. Éste es el teólo-
go, el pastor, el hombre y el creyente a quien
la Providencia ha querido confiar hoy las lla-
ves de Pedro. Quien no lo conozca, podrá
detenerse en los aspectos más externos.
Quien lo conoce, sabe que la verdad que tan-
to ama irradiará de él para todos: y estoy
seguro que a los corazones libres de miedos
o prejuicios no les será difícil reconocerla”.
Éste es el juicio del discípulo, del hijo y
del amigo Mons. Forte, que en el transcurso
de los años ha podido apreciar de cerca las
cualidades del papa Benedicto, hoy puestas
bajo la mirada de todos: “El Dios que lo ha
llamado por amor a todos nosotros, lo sos-
tenga y lo acompañe en cada paso. El mar de
la historia necesita la barca de Pedro, cuyo
timón está en manos tan seguras como
libres, porque se han entregado completa-
mente al Eterno”.
Redacción (De noticias ANSA)
¿Quién es el teólogo?
¿Qué es la teología? Si quisiese descri-
bir cuál es la misión del teólogo no lograría
encontrar una imagen más bella que la de los
exploradores que Moisés envió a examinar
la tierra prometida y volvieron de la tierra de
Canáan llevando los racimos de uva, los
higos… encendiendo en el corazón del pue-
blo del Señor el deseo de la conquista y sin
ocultar la dificultad de la empresa.
El teólogo es de algún modo aquel que
en la comunidad de los creyentes, en fideli-
dad profunda a la Iglesia que lo ha generado
por la fe y que le da las palabras de la fe,
debe escrutar el horizonte, señalar la Patria,
encender en el corazón de los hombres la
nostalgia de la eternidad y empujarles a ser
siempre buscadores del Misterio, apasiona-
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El Sagrado Corazón:
fuente de misericordia
Procedo del Alto Adige, una región del
norte de Italia, que es “tierra consagrada al
Sagrado Corazón”. Así está definida por un
voto que hicieron los habitantes del lugar
hace unos dos siglos, y que yo percibo fuer-
temente en mí como un don de gracia, como
fuente de protección, como adhesión pro-
funda de mi tierra, de mis raíces a este
Corazón desbordante de
misericordia.
Este voto se hizo para
implorar la protección
divina contra el peligro
inminente de una inva-
sión y consiste en la pro-
mesa de celebrar solem-
nemente esta fiesta todos
los años.
Desde niño he vivido como algo muy signifi-
cativo el hecho que todo el mes de junio esté
dedicado al Sagrado Corazón
y me gusta
pensar que no es por casualidad que este mes
se celebre a continuación del mes mariano de
mayo que de algún modo lo prepara. La
Madre de Dios nos lleva siempre a su Hijo:
contemplando sus virtudes, su belleza, los
misterios de su vida, somos llevados a con-
templar los misterios de Aquel que la ha con-
cebido y generado.
Hablo de misterios porque el Corazón
de Cristo es una realidad para contem-
plar
a la luz de la fe, un misterio que encie-
rra en sí innumerables matices de esa verdad
sublime que nos será desvelada en toda su
belleza sólo en el cielo. Pero desde ahora
debemos alimentar en nosotros la sed de Él
y el deseo de conocer a Dios, pues Él ante
todo desea revelarse a las criaturas que ama.
Por esto quiero intentar meditar breve-
mente sobre cómo ese amor infinito y eterno
que estaba en Dios desde la eternidad quiso
encontrar su morada en medio de los hom-
bres, estar entre nosotros, en esta tierra, habi-
tar entre nosotros, hacerse perceptible, visible.
El Corazón de Cristo es ese lugar en el
que ha podido derramarse todo ese inconte-
nible fuego de caridad que antes que el mun-
do existiese fluía continuamente del Padre al
Hijo y del Hijo al Padre, en la persona divi-
na del Espíritu, que se identifica con este
amor. El Sagrado Corazón es ese tabernácu-
lo en el que toda la plenitud del vórtice tri-
nitario ha comenzado a arder, morando por
la primera vez en el espacio y en el tiempo.
¡El amor ha tomado forma, el amor ha
tomado vida, se hace visible para todos!
Es este amor ardiente y vivo el que ha dado
a Jesús la fuerza de vivir su pasión, ha sido
este amor el que ha impulsado al Cristo a
entregarse a Sí mismo a los que amaba, a
permanecer para siempre entre los hombres
en las especies del pan y del vino.
El acontecimiento de este mes santo en el
año de la Eucaristía tiene además un signifi-
cado muy especial. En la Eucaristía está ple-
namente presente el misterio del Sacratísimo
Corazón, y el misterio es el de un amor infi-
nito e ilimitado, primero encerrado y escon-
dido en el Corazón del Hombre-Dios, y aho-
ra encerrado y escondido por los siglos en la
frágil hostia consagrada.
Por mucho que podamos escribir no se
podrá nunca iluminar de un modo digno una
verdad tan grande y en nuestra incapacidad
sólo la oración nos puede ayudar.
Francesco Cavagna
“¡Venid, adoremos!”
Son ciertamente muchos los momen-
tos especiales que se viven en Medjugorje
pero, contrariamente a lo que podríamos
pensar, el más importante no es la aparición,
sino la celebración de la Santa Misa y la
Adoración Eucarística. Desde los primeros
años, de hecho, la Gospa ha guiado a la
parroquia a poner en el centro a Jesús
Eucarístico, verdadero corazón de toda la
Iglesia. Se puede sin duda alguna decir que
Medjugorje se ha convertido desde hace
muchos años en un gran cenáculo
Eucarístico,
en el que la Adoración se ha
redescubierto como experiencia viva de
Dios. Este redescubrimiento acontece de
modo completamente natural y sencillo, sin
ningún tipo de sensacionalismo, abriendo
sencillamente el corazón a Jesús.
María nos introduce
El Papa en su última Encíclica dice que
es María la que nos introduce a contemplar
a Jesús Eucarístico; y el momento de la
Adoración Eucarística aclara muy bien el
papel de María en nuestra vida: ¡llevarnos a
Jesús y enseñarnos a vivir de Él! La Reina
de la Paz ha educado progresivamente a la
Parroquia y a todos los peregrinos.
Es impresionante ver como el tercer
mensaje de la Gospa a la Parroquia esté
dedicado a la Adoración del Santísimo
Sacramento: podemos decir tranquilamente
que, si Medjugorje se ha convertido en un
centro tan grande de oración, es porque se ha
descubierto la inmensa gracia contenida en
el pequeño Tabernáculo: la Presencia viva,
real y sustancial del Salvador del mundo.
“De Medjugorje no quiero hacer sólo un
lugar de oración, sino realizar el encuentro
de los corazones”
dijo María en un mensa-
je. Ella ciertamente está con nosotros y dice
a su Hijo: “¡Ya no tienen vino!” y cierta-
mente lo acompaña mientras Él toca nues-
tros corazones y nos dice: “De ahora en ade-
lante haz lo que él te diga”.
Aquella tarde en Medjugorje
Éste es mi testimonio, el de un joven
como otros que ha vivido bastantes de estas
Adoraciones. Intentemos revivirla jun-
tos…
El canto “Kumbaya” comienza en voz
baja, para ir subiendo el tono, a medida que
el Santísimo se acerca al altar. Y, finalmen-
te, el Santísimo está sobre la Mesa; ahora Él
está delante de cada uno de nosotros: el Sol
de Justicia
nos visita viniendo de lo alto.
En poco tiempo se crea una atmósfera de
gran recogimiento y profunda oración: los
ojos se van cerrando uno a uno y los corazo-
nes están más atentos para escuchar la voz
del Esposo Divino; cada vez más mi corazón
comprende que cuando Adoramos la
Eucaristía es como si cada uno de noso-
tros estuviese solo contigo, Jesús,
en un
diálogo íntimo, de Padre a hijo: ¡un hijo que
se abandonaba confiadamente en las manos
grandes y amorosas de su Padre!
El Espíritu nos acompaña…
“Oh Luz de Sabiduría, desvélanos el
gran misterio...” canta un himno litúrgico
dedicado al Espíritu Santo. Sí, Jesús, esta
tarde, en este momento está ante nosotros
vivo y verdadero, pero nosotros para creerlo
fuertemente necesitamos el Don del Espíritu
Santo que nos haga capaces de ver más allá
de las apariencias: éste es el motivo por el
que la Adoración continúa siempre con un
canto de invocación al Espíritu Divino.
El canto se desarrolla en todas las len-
guas y mi mente va instintivamente al episo-
dio narrado en los Hechos de los Apóstoles
con motivo de Pentecostés “Cada uno le oía
hablar en su propia lengua, y el Espíritu les
daba a ellos la capacidad de poder expre-
sarse”
: también esta tarde te invocamos,
Dedo de la mano de Dios, para que toques y
despiertes nuestros corazones. Entre una
lengua y otra se alternan pausas sólo instru-
mentales, en las que el corazón puede
sumergirse completamente en el Amor de
Dios y dejarse llenar por su suave presencia.
¡En esos momentos sientes que tu espíritu
queda saciado por el “Agua viva” que Jesús
nos da sin medida y comprendes en profun-
didad qué es la oración del corazón a la que
la Gospa nos llama incansablemente!
… y nos sana
Los instrumentos comienzan a tocar la
melodía dulce del canto, mientras de improvi-
so siento cerca de mí a una chica que comien-
za a llorar dulcemente: ¡es verdad, el Espíritu
nos toca y nos sana en lo profundo,
allí don-
de no puede llegar ningún médico humano y
nosotros nos sentimos amados, nos sentimos
hijos de Dios! He experimentado que es allí
precisamente donde está la plenitud y el sen-
tido profundo de nuestra existencia.
Estando delante del Señor e intentando
adorarlo con todo mi ser, me siento acogi-
do, amado y protegido: Jesús ya no es un
nombre lejano,
sino una Persona que
comienzo a conocer y siento el deseo de
conocer cada vez más. Comienzo a conside-
rar Su grandeza, Su fidelidad, Su presencia
en mi vida porque tú, fray Slavko, me invi-
tas a hacerlo, me invitas a agradecer, que
luego significa adorar a Dios.
En la luz del Espíritu Santo se me abre
un mundo nuevo, o mejor, comienzo a ver
las intervenciones de Amor de Dios en mi
vida: como a Ananías le cayeron las escamas
de los ojos, así los ojos de nuestros corazo-
nes comienzan a vislumbrar los pasos de
Dios en nuestra vida.
¡Jesús es nuestra vida!
Sí, estando delante de Jesús, Luz que ilu-
mina, tomamos conciencia de cuánto nos
ama, y crece en nosotros, entonces, la con-
fianza en Él. Experimentamos que por Jesús
nada de lo que vivimos es insignificante y
que Él desea ser nuestro mejor amigo y con-
fidente. De este modo la oración no es nun-
ca repetitiva porque cada día tenemos algo
que llevar y confiar al Señor. Y poco a poco,
hablando con Él, Él nos da sus ojos, y nues-
tras dificultades cobran otra dimensión por-
que sabemos que no debemos afrontarlas
solos: ¡está Él, el Dios Omnipotente con
nosotros!
Después de haber orado, la Bendición
Eucarística sella ese encuentro de gozo con
el Señor entre nosotros: Él nos llena de Paz
y nos envía para que anunciemos al mundo
que Él ha resucitado y está presente hoy
entre nosotros!
Ésta es la fuente de las conversiones en
Medjugorje: el corazón caldeado y sanado
por el encuentro profundo con el mejor ami-
go de nuestros corazones, que ha querido
darnos la Eucaristía para compartir cada
momento de nuestra vida con nosotros. No
nos queda más que exclamar: ¡Venite, ado-
remos! M.R.
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Villanova M., 1 de mayo de 2005
Resp. Ing. Lanzani - Tip. DIPRO (Roncade TV)
Para nuevas suscripciones o para modifica-
ciones
en la dirección escribir a la Secretaría
del Eco
CP 27 31030 BESSICA (TV)
E- mail: info@ecodimaria.net
Con las palabras de Dios en el corazón
y con temor y temblor
anunciamos con nuestra mirada
la presencia del Señor Jesús.
Nos convertiremos en bendición
y así seremos bendecidos.
Los lectores escriben
Stefania Errico de Lecce – Italia:
Gracias por vuestro trabajo y por el bien que
hacéis con esta pequeña publicación. Voz
del que grita en el desierto: preparad el
camino al Señor. Éste me parece que es
vuestro carisma, dar agua al sediento, ven-
dar las llagas del corazón de las personas
que están en la ignorancia.
Francesca Pana de Papua Nueva
Guinea: Agradezco muchísimo el Eco de
María. Lo leo y rezo con él y veo qué es lo
que quiere la Madre de nosotros. Nos ayuda
a mí y a mi familia. ¡Que el Señor os guíe
siempre!
Dom Ernest Trozan de Scutari –
Albania: Os escribo con mucho gusto agra-
deciéndoos mucho la publicación del Eco de
María, tan preciosa para mí y para el pueblo
albanés.
Sor M. Klaretta de Alemania: El Eco
es un periódico de espiritualidad profunda, a
través del cual hablan el Espíritu Santo y Su
Santísima Esposa María. Es prácticamente
imposible encontrar una publicación de tal
profundidad y devoción.
Eco en Internet:
http://www.ecodimaria.net
Suscripciones: info@ecodimaria.net
E-mail redacción: ecoredazione@infinito.it
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Reflexionando
sobre el amor
Nuestro esfuerzo por encontrar a Dios
sería vano si no fuese Dios mismo el que
hubiera decidido, en su infinita misericor-
dia, manifestarse a nosotros, a pesar de
nuestras miserias y nuestros límites. Para el
ser humano la experiencia de Dios es muy
subjetiva y es distinta en cada persona. Sin
embargo pienso que se pueden verificar
situaciones comunes similares a etapas a
través de las que cada uno debe pasar en su
recorrido hacia Dios.
Un paso obligado es el de aprender a
amar al prójimo, no con nuestro amor
humano que es siempre imperfecto, sino de
la manera en que Dios ama, o mejor, con el
mismo amor de Dios.
La experiencia fundamental para el cris-
tiano es la de permitir que el amor divino
entre en él, llenarse del Espíritu Santo para
poder luego derramar su Gracia sobre los
demás. Personalmente, a veces he conse-
guido vencerme a mí mismo y me he com-
portado hacia el hermano de modo “nue-
vo”, he obrado como nunca antes lo había
hecho y nunca pensé que podría hacerlo. En
ese trance he experimentado a Dios dentro
de mí porque he comprendido que he con-
seguido comportarme de ese modo no en
virtud de mis fuerzas sino gracias a la fuer-
za que Dios me había dado después que se
la había pedido en la oración.
Cuando se experimenta dentro esta
“fuerza” todas las dudas sobre la existencia
de Dios Padre, sobre el amor infinito de
Jesús y sobre el poder del Espíritu Santo se
desvanecen y nuestra fe se refuerza para
que sintamos en nosotros la cercanía y el
amor de Dios. Comprendemos de hecho
que no somos nosotros los que actuamos
sino que es Él el que actúa en nosotros, y Él
el que nos da la fuerza de parecernos a él en
el amor, que nos ama tanto que nos hace
amar a los otros con su mismo amor.
Haciéndonos uno con Él, nos sentimos
hijos del Padre en Jesucristo con la fuerza
del Espíritu Santo.
El modo de amar de Dios, además, lo
conocemos bien porque ha sido Jesús quien
nos lo ha revelado “Yo os digo: amad a
vuestros enemigos y orad por los que os
persiguen”
(Mt 6, 44) “Quien no toma su
cruz y no me sigue, no es digno de mí.
Quien busque su propia vida la perderá y
quien pierda su propia vida por mi causa,
la encontrará”.
(Mt 11, 38-39).
Podemos afirmar entonces que encon-
tramos a Dios cuando perdonamos, cuando
oramos por los antipáticos, cuando nos
sacrificamos por los demás, cuando mori-
mos a nosotros mismos, etc. Para llegar a
comportarnos así es necesario, sin embar-
go, mirar a los demás con los ojos de Dios
que nos ve como sus criaturas amadísimas
tal como somos, con nuestras miserias y
nuestras desobediencias. Él ve en nosotros
su sello, la llama del bien encendida a pesar
de todo. Si nosotros miramos a los herma-
nos con los ojos de Dios, los amaremos
incondicionalmente e independientemente
de sus defectos porque es así como Dios
nos ama. Conseguiremos entonces sentir a
Dios dentro de nosotros y su amor, a través
de nosotros, podrá llegar a todos ellos.
Massimo Bigotto
No digas: “soy joven”
Una de las afirmaciones más positivas de
nuestra existencia: estar en la plenitud del
entusiasmo y de las fuerzas, es usada por el
profeta Jeremías cuando es llamado por
Dios para ser su instrumento. Dios de hecho,
lo sabemos por la Escritura, se ha servido
siempre de hombres para anunciar su
Palabra y realizar su plan de salvación.
Siempre, los hombres llamados han tenido
un primer momento de temor porque se
daban cuenta de su insuficiencia y, sobre
todo, de su indignidad. Jeremías cuando dice
“soy joven” se refiere a su inexperiencia, a
la fragilidad y, quizás, al hecho de que los
jóvenes tienen en el corazón grandes deseos.
“Soy joven, no lo logro, es demasiado
para mí, y además… tengo en mente otras
cosas en mi vida… Necesitaría prepararme,
asistir a un curso…” Nosotros somos así
delante de Dios. Deseamos la Gracia del
Señor, su consuelo, su perdón, pero nos
cuesta pensar que Dios nos necesite. Él sin
embargo no se desanima y continúa llamán-
donos. Sobre todo si somos jóvenes.
y ve…
Si somos jóvenes, si hemos respirado su
presencia a través de la intervención de
María su Madre estamos llamados a ir. Ir,
¿adónde? El papa siempre nos ha invitado a
ir, como peregrinos, a las Jornadas
Mundiales de la Juventud y siempre ha
hablado a nuestro corazón. En particular, en
Colonia nos ha confiado esta palabra
“Hemos venido para adorarlo”. Si recorre-
mos el camino de los Magos comprobamos
que vencieron su titubeo con entusiasmo
juvenil: “Ellos partieron”. El entusiasmo por
la verdad que buscaban les hizo superar la
inexperiencia. La estrella y el consiguiente
gozo al verla son el signo de esas ayudas,
pequeñas pero significativas, que el Señor
concede a quien se pone en camino.
Si quien lee estas líneas es joven y ha sido
conquistado por María reconoce en su vida
estos rasgos esenciales. Es necesario caminar,
salir de lo ordinario para encontrar la gracia.
Si tú lees este periódico, te darás cuenta de su
pobreza, de su esencialidad. Y así es como
nació, con pocos medios, sin experiencia pro-
fesional. Pero nos parece que el Señor ha que-
rido acompañar con sus signos sencillos el
camino de este instrumento. Ahora yo no
temo pedirte a ti, que eres joven, “ponerte en
marcha” y caminar. ¿Adónde?
hacia aquellos a los que te mandaré
Hay personas que no pueden recibir el
Eco porque son ancianas, o enfermas, o por-
que no lo conocen. Los que son distribuido-
res desde hace años, deben dar cuenta de los
años que pasan y no cuentan siempre con
que las fuerzas físicas les acompañen. Ve tú,
joven, para convertirte en un pequeño ins-
trumento de esa gracia que también a ti te ha
salvado.
Concreta el entusiasmo que a menudo te
invade y transforma tu día. Si sueñas con
grandes cosas… con cambiar el mundo,
comienza con pequeñas cosas como llevar
este número a una persona que según ti pue-
de agradecerlo. Ponte en contacto con quien
ya lo distribuye para experimentar la alegría
sencilla y discreta de quien se pone en el ser-
vicio. Como María siguió a Jesús.
Don Alberto Bertozzi
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